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miércoles, 28 de febrero de 2018
martes, 27 de febrero de 2018
8.1. EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA Y MOVIMIENTOS MIGRATORIOS EN EL SIGLO XIX. EL DESARROLLO URBANO.
8.1.
Evolución
demográfica y movimientos migratorios en el siglo XIX. El desarrollo urbano.
A. Evolución demográfica y
movimientos migratorios en el siglo XIX.
Durante todo el siglo XIX, la población española creció de
manera constante, gracias a la reducción de las tasas de
mortalidad, fenómeno ligado a las mejoras en la alimentación, a los adelantos económicos y a los
avances médico-sanitarios que controlaron las epidemias.
La
población española siguió siendo eminentemente
rural, pero durante todo el siglo se intensifican las migraciones
interiores hacia los grandes núcleos de población (éxodo rural). El inicio del
proceso de industrialización y el desarrollo del Estado liberal
supuso el paso de una sociedad estamental a una sociedad de clases.
Crecimiento demográfico.
La población española que en 1800 era de casi 11 millones pasó en 1900 a 18,6 millones,
crecimiento anual 0,53% inferior a la media europea 0,76% anual. El crecimiento vegetativo fue positivo durante casi
todo el siglo con altas tasas de natalidad y
mortalidad (en torno al 35 por mil), aunque esta última, fue
descendiendo lentamente durante la
2º mitad del XIX. Fue el mayor
crecimiento demográfico de la historia de España hasta la fecha, pese a contar
con numerosas trabas como: las continuas
guerras (Independencia, guerras carlistas, guerras coloniales), insurrecciones sociales, inestabilidad
política, crisis económicas y de subsistencias, etc.
La tasa de natalidad española, al terminar
el siglo, era del 34 por mil,
(debido al mantenimiento de la sociedad rural y a los conceptos morales
católicos imperantes en la sociedad española) las más altas de Europa pero
era insuficiente ante la alta
mortalidad porque, aunque la mortalidad disminuyó a lo largo del
siglo, al terminar éste era del 29
por mil, la segunda más alta de Europa.
La esperanza media de vida no llegaba a los 35 años. Las causas que explicarían
esta alta mortalidad serían varias. En primer lugar, en España pervivieron las crisis de subsistencia
propias de la época del Antiguo Régimen. Estas crisis se debieron por un lado a
la meteorología, ésta era muy determinante para que se dieran malas cosechas y por otro el atraso técnico de la agricultura
española, que generaba bajos rendimientos. Además, las carencias del transporte impedían llevar productos de las
zonas excedentarias a las deficitarias. Esto provocaba que, en época de
carestía y malas cosechas, fuera muy difícil acceder en áreas rurales o
montañosas.
Otro factor muy importante fue el
protagonizado por las periódicas epidemias: de cólera (el cólera tuvo una gran extensión, en España hubo 4 brotes durante el
siglo, la epidemia de 1854-55 fue
la más mortífera de todas, la última se produjo en 1885, con un total
de 800.000 muertos), tifus y fiebre
amarilla, así como por la persistencia de enfermedades endémicas como
la tuberculosis, viruela, sarampión,
escarlatina y difteria. Las
epidemias y las enfermedades incidían de forma brutal sobre una población
muy debilitada por evidentes carencias alimenticias y por una deficiente
atención sanitaria.
La mortalidad, en todo
caso, manifestó las claras diferencias sociales del siglo. El acceso a la medicina
moderna, así como a viviendas con adelantos modernos y que cumpliesen
requisitos de salubridad, solamente fue posible para las clases alta y media.
En conclusión, en España pervivió
el régimen demográfico antiguo, con la excepción de Cataluña
algunas zonas del País Vasco y Madrid, que iniciaron antes la
transición demográfica, precisamente en relación con su proceso de
industrialización y modernización económica, estamos pues ante una transición demográfica muy retrasada
en las que las tasas de natalidad y mortalidad irían descendiendo muy
lentamente.
La estructura
demográfica por sectores económicos era arcaica y desequilibrada, con un
importante predominio del sector primario (70%)
frente al secundario (12%) y al
terciario (18%).
Movimientos migratorios.
A comienzos del siglo XIX existía una pequeña
emigración que se dirigía hacia el
norte de África (Argelia), América o Europa, con una emigración en algunos
casos de carácter temporal en búsqueda de un trabajo agrícola más remunerado, o
como consecuencia de la situación política, que provocaría importantes
emigraciones, sobre todo durante la década ominosa (1823-33). La costa Atlántica (Galicia) y el Levante
fueron los focos de mayor salida de emigrantes hacia estas zonas.
A mediados de siglo hasta el final de la centuria, una serie de
disposiciones anularon los obstáculos legales que se oponían a la emigración, y
así se incrementó la marcha
de personas que buscaban mejores condiciones de trabajo y de vida hacia repúblicas de Sudamérica, norte de
África y Europa. La corriente migratoria se dirigía sobre todo a Argentina, Cuba y Brasil,
y en menor medida a Argelia y Francia.
Las guerras coloniales de 1897 a 1900 frenaron la tendencia que se restableció
a comienzos de siglo siguiente.
En cuanto a los movimientos migratorios interiores, desde el siglo XIX hasta
la primera mitad del siglo XX, la cuantía de éstos no fue grande; no obstante,
la industrialización de Cataluña y el País Vasco así
como el desarrollo de Madrid o la zona del Levante intensificaron
estos desplazamientos, las zonas migratorias pertenecían a Galicia, las dos
Castillas, Aragón y Andalucía oriental.
B. el desarrollo urbano.
En España, el proceso de urbanización fue
limitado. El movimiento del campo a la ciudad es un fenómeno muy
relacionado con la revolución agrícola y la industrialización. Al no haber en
España una clara modernización agrícola y con una industrialización lenta y
tardía, el éxodo rural no comenzó hasta fines del siglo XIX,
siendo más evidente en el siguiente siglo. En el último tercio del siglo, el
proceso de urbanización se aceleró de manera notable, aunque desigual.
Crecieron ciudades como Bilbao,
Barcelona y Valencia, mientras que otras como Madrid, Zaragoza o Cartagena, lo hicieron de manera más pausada. La
estructura de la ciudad se quedaba pequeña, y se hacía necesario
un ensanche destinado a dar alojamiento a los nuevos pobladores
llegados del campo.
Los ensanches de Barcelona (Cerdá), Madrid (Castro), Bilbao,
San Sebastián, Valencia y de otras tantas poblaciones supusieron grandes
desafíos urbanísticos, a los cuales hicieron frente los arquitectos de la
época. Surgieron así el ensanche de Barcelona, de Ildefonso Cerdá, con planos en cuadrícula;
o la Ciudad Lineal,
proyectada para Madrid por Arturo Soria, con un eje de comunicación
central al que se situaban a los lados las viviendas, las industrias y los
servicios.
Concretamente, el crecimiento de la ciudad de
Barcelona se convirtió, a finales de siglo, en un modelo urbano europeo
industrial porque en primer lugar, se hizo con unos barrios salidos de un
ensanche precipitado por la incesante llegada de inmigrantes, con viviendas,
talleres, fábricas con vías y estaciones de ferrocarril. Por otra parte, nos
encontramos unos barrios promocionados por la
burguesía industrial, trazados en manzanas cuadrangulares (plano
ortogonal) y con unos edificios en los que los arquitectos se esforzaron en
plasmar el arte modernista catalán.
7.3. EL PROBLEMA DE CUBA Y LA GUERRA ENTRE ESPAÑA Y ESTADOS UNIDOS. LA CRISIS DE 1898 Y SUS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS, POLÍTICAS E IDEOLÓGICAS.
7.3.
El problema de Cuba y la
guerra entre España y Estados Unidos. La crisis
de 1898 y sus consecuencias económicas, políticas e ideológicas.
A. El problema de Cuba y la guerra entre España y Estados
Unidos.
Tras la independencia de la mayor parte
del imperio a inicios del siglo XIX, sólo las islas antillanas de Cuba y Puerto Rico, y el archipiélago de las Filipinas en sudeste asiático continuaron formando parte del
imperio español. Cuba y Puerto Rico basaban su economía en la agricultura de exportación,
esencialmente basada en el azúcar
de caña y el tabaco, en la que
trabajaba mano de obra negra esclava.
Eran unas colonias que alcanzaron un importante
desarrollo y que eran muy lucrativas
para la metrópoli (España). Cuba se
convirtió en la primera productora de azúcar del mundo.
Las duras
leyes arancelarias y las políticas proteccionistas impuestas por el
gobierno de Madrid durante el siglo XIX convirtieron estos territorios en un
"mercado cautivo"
de los textiles catalanes o las harinas castellanas. Esta situación
perjudicaba claramente a la economía local que podía encontrar productos mejores y más baratos en los
vecinos Estados Unidos. En Cuba y Puerto
Rico, la hegemonía española fue basando cada vez más en la defensa de los
intereses de una reducida oligarquía
esclavista peninsular, beneficiada por la relación comercial con la
metrópoli.
El caso filipino era bien diferente.
Aquí la población española era escasa y muy pocos capitales invertidos. El
dominio español se sustentaba en una pequeña presencia militar y, sobre
todo, en el poder de las órdenes
religiosas.
El problema cubano y la guerra con
Estados Unidos
La Guerra Larga
(1868-1878), iniciada con el Grito de Yara y liderada por
Céspedes, fue saldada, con la actuación del general Martínez Campos que culmina con la Paz de Zanjón (78), había sido
un primer aviso serio de las aspiraciones independentistas cubanas. La ausencia de reformas facilitó el que el
anticolonialismo se desarrollará pese a la represión del gobierno de la
restauración.
José Rizal en Filipinas y José Martí y Antonio
Maceo en Cuba se configuraron con figuras claves del nacionalismo independentista filipino y
cubano respectivamente. En 1895
estallaron de nuevo insurrecciones
independentistas en Filipinas y Cuba.
Una dura y cruel guerra volvió a provocar que decenas de miles de soldados procedentes de las clases más humildes
fueran embarcados hacia esas distantes islas. El ejército español contó con
pocas ayudas de unos gobiernos que apenas podían sostener los gastos de la
guerra. Muchos soldados eran jóvenes pobres de origen rural que asistían a la
guerra sin formación ni con medios adecuados.
La gran novedad de esta segunda guerra
colonial va a ser la ayuda
estadounidense a los rebeldes cubanos. Washington ayudó a los
insurrectos esencialmente por dos razones:
•
Intereses
económicos
mineros y agrícolas. Cuba era la primera productora del mundo de azúcar.
•
Interés
geoestratégico. El naciente
imperialismo norteamericano buscaba el dominio del Caribe y Centroamérica.
En realidad, el enfrentamiento que se
aproximaba en Cuba mostraba la pugna
entre un imperialismo moribundo, el español, y uno que estaba naciendo y que iba a marcar los tiempos posteriores,
el norteamericano. La explosión en el navío norteamericano Maine en el puerto de La Habana, explosión que costó la vida de 254
marinos estadounidenses, propició una furibunda campaña periodística de las cadenas de Pulitzer y Hearst. El
gobierno norteamericano del presidente
McKinley,
alentado por una opinión pública cada vez más belicista, declaró la guerra a
España. El conflicto fue un paseo
militar para Estados Unidos que conquistó Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
En Filipinas, la escuadra
norteamericana derrotó a la española en la batalla de Cavite (1
de mayo de 1898) y, en agosto, los norteamericanos, ocuparon Manila.
En Cuba, la flota del almirante
Cervera, tras permanecer sitiada en Santiago, fue derrotada el día 3 de
julio, y el día 17 se rendía la ciudad. A finales de julio. Ante esta
situación, el 12 de agosto España pidió un armisticio y renunció a la soberanía
de sus colonias.
España firmó la Paz de París
en diciembre de 1898. Por este acuerdo, España cedió a EE.UU. la
isla de Puerto Rico, que hoy sigue
siendo un estado asociado de EE.UU., Filipinas
y la Isla de Guam en el Pacífico. Todo a
cambio de 20 millones de dólares. Cuba
alcanzaba la independencia bajo la
“protección” estadounidense (Enmienda Platt y base
militar de Guantánamo).
En junio de 1899, el
gobierno español, ante la imposibilidad de mantener los últimos reductos del
Imperio colonial, firmó el Tratado hispano-alemán, que suponía la
cesión de las islas Marianas (salvo Guam),
las Carolinas y las Palaos, a cambio de 15 millones
de dólares.
B. LA
CRISIS DE 1898 Y SUS CONSECUENCIAS
ECONÓMICAS, POLÍTICAS E IDEOLÓGICAS.
Las
consecuencias del desastre.
- Demográficas. Se calcula
que las guerras de 1895-1898 provocaron 120.000 muertos, la mitad de ellos soldados
españoles. La mayoría de las muertes se produjeron por enfermedades infecciosas como la
fiebre amarilla, la tisis, la disentería, etc.
- Sociales. La
mayoría de los muertos y los heridos procedían de las clases bajas, de aquellos sectores de la población que no habían
podido pagar el dinero necesario (2000 pesetas) que excluía de las
quintas.
- Económicas. Las
repercusiones económicas no fueron importantes a corto plazo, salvo la fuerte subida de los precios de los
alimentos en 1898. La pérdida de las colonias supuso una
importante repatriación de capitales que fueron invertidos en la
economía peninsular. El fin de la guerra permitió al ministro Fernández Villaverde
abordar algunas reformas necesarias
en el sistema de impuestos y en la emisión de deuda, lo que supuso un
saneamiento de la situación de la Hacienda. Por primera vez en mucho
tiempo, el estado español tuvo superávit a principios del siglo XX.
- Políticas. El
desastre provocó el desgaste de
los partidos turnantes. Así, se produjo la pérdida de autoridad y
el final de la carrera de los políticos que habían dirigido la primera
etapa de la Restauración, apareciendo nuevos líderes como Silvela y Maura en
el Partido Conservador, y Canalejas y Montero
Ríos en el Partido Liberal.
- Militares. El
desastre provocó un fuerte
desprestigio del ejército. El ejército, pese a las impopulares
quintas, a los recursos materiales y a los sacrificios humanos, no había
estado preparado para un conflicto como el ocurrido. La imagen del ejército salió fuertemente dañada del
98.
- Psicológicas. En el
plano de la psicología colectiva, el pueblo español vivió la derrota como
un trauma nacional,
extendiéndose los sentimientos de inferioridad, desmoralización e
impotencia.
- Internacionales. España
deja de ser una potencia mundial, con territorios distribuidos por todo el
mundo, y se convierte en una potencia de segundo orden.
Esta conmoción nacional provocó una
profunda crisis de la conciencia nacional que marcó la obra crítica de los diversos autores que
componen la generación del 98 (Unamuno, Baroja, Maeztu, Azorín...).
Propuestas de reforma y modernización política como el Regeneracionismo,
con una doble vertiente de reforma política
y de reforma educativa. Se criticó el bipartidismo y el caciquismo como
elementos esenciales de los males de España. Se produjo también un mayor empuje y presencia de los nacionalismos
periféricos, ante una evidente
crisis de "la idea de España". El Regeneracionismo de Joaquín Costa fue
la principal expresión de una renovada conciencia nacional que aspiraba a la
reforma del país. El pensamiento de Costa se basó en una crítica radical al sistema caciquil que había impedido la
implantación de una verdadera democracia basada en las clases medias y la
modernización económica y social del país.
La derrota de 1898 había puesto de
relieve de forma trágica y súbita todas las limitaciones del régimen de la Restauración y su parálisis a la
hora de afrontar los problemas sociales y la modernización del país.
Como centro cultural importantísimo se
debe señalar la Institución Libre de Enseñanza (1910),
fundada por Fernando Giner de los Ríos, que
defendía una enseñanza laica, coeducación,
métodos de enseñanza intuitivos y supuso un intento de renovación de la
sociedad española, especialmente de la burguesía, con ideales progresistas. De
este Centro surgieron grandes intelectuales del siglo XX como la Generación del 27: Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Dámaso
Alonso, Juan Ramón Jiménez, Luis Buñuel (cineasta), Salvador Dalí, José Ortega y Gasset y el científico Ramón y Cajal.
lunes, 26 de febrero de 2018
BLOQUE 8. PERVIVENCIAS Y TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS EN EL SIGLO XIX: UN DESARROLLO INSUFICIENTE
BLOQUE 8.
Pervivencias y transformaciones económicas en el siglo XIX: un desarrollo
insuficiente
8.1.
Evolución
demográfica y movimientos migratorios en el siglo XIX. El desarrollo urbano.
A. Evolución demográfica y
movimientos migratorios en el siglo XIX.
Durante todo el siglo XIX, la población española creció de
manera constante, gracias a la reducción de las tasas de
mortalidad, fenómeno ligado a las mejoras en la alimentación, a los adelantos económicos y a los
avances médico-sanitarios que controlaron las epidemias.
La
población española siguió siendo eminentemente
rural, pero durante todo el siglo se intensifican las migraciones
interiores hacia los grandes núcleos de población (éxodo rural). El inicio del
proceso de industrialización y el desarrollo del Estado liberal
supuso el paso de una sociedad estamental a una sociedad de clases.
Crecimiento demográfico.
La población española que en 1800 era de casi 11 millones pasó en 1900 a 18,6 millones,
crecimiento anual 0,53% inferior a la media europea 0,76% anual. El crecimiento vegetativo fue positivo durante casi
todo el siglo con altas tasas de natalidad y
mortalidad (en torno al 35 por mil), aunque esta última, fue
descendiendo lentamente durante la
2º mitad del XIX. Fue el mayor
crecimiento demográfico de la historia de España hasta la fecha, pese a contar
con numerosas trabas como: las continuas
guerras (Independencia, guerras carlistas, guerras coloniales), insurrecciones sociales, inestabilidad
política, crisis económicas y de subsistencias, etc.
La tasa de natalidad española, al terminar
el siglo, era del 34 por mil,
(debido al mantenimiento de la sociedad rural y a los conceptos morales
católicos imperantes en la sociedad española) las más altas de Europa pero
era insuficiente ante la alta
mortalidad porque, aunque la mortalidad disminuyó a lo largo del
siglo, al terminar éste era del 29
por mil, la segunda más alta de Europa.
La esperanza media de vida no llegaba a los 35 años. Las causas que explicarían
esta alta mortalidad serían varias. En primer lugar, en España pervivieron las crisis de subsistencia
propias de la época del Antiguo Régimen. Estas crisis se debieron por un lado a
la meteorología, ésta era muy determinante para que se dieran malas cosechas y por otro el atraso técnico de la agricultura
española, que generaba bajos rendimientos. Además, las carencias del transporte impedían llevar productos de las zonas
excedentarias a las deficitarias. Esto provocaba que, en época de carestía y
malas cosechas, fuera muy difícil acceder en áreas rurales o montañosas.
Otro factor muy importante fue el
protagonizado por las periódicas epidemias: de
cólera (el cólera tuvo una gran extensión, en España hubo 4 brotes durante el
siglo, la epidemia de 1854-55 fue
la más mortífera de todas, la última se produjo en 1885, con un total
de 800.000 muertos), tifus y fiebre
amarilla, así como por la persistencia de enfermedades endémicas como la
tuberculosis, viruela, sarampión,
escarlatina y difteria. Las
epidemias y las enfermedades incidían de forma brutal sobre una población
muy debilitada por evidentes carencias alimenticias y por una deficiente
atención sanitaria.
La mortalidad, en todo caso,
manifestó las claras diferencias sociales del siglo. El acceso a la medicina
moderna, así como a viviendas con adelantos modernos y que cumpliesen
requisitos de salubridad, solamente fue posible para las clases alta y media.
En conclusión, en España pervivió
el régimen demográfico antiguo, con la excepción de Cataluña
algunas zonas del País Vasco y Madrid, que iniciaron antes la
transición demográfica, precisamente en relación con su proceso de
industrialización y modernización económica, estamos pues ante una transición demográfica muy retrasada
en las que las tasas de natalidad y mortalidad irían descendiendo muy
lentamente.
La estructura demográfica por sectores
económicos era arcaica y desequilibrada, con un importante predominio del
sector primario (70%) frente al secundario (12%) y al terciario (18%).
Movimientos migratorios.
A comienzos del siglo
XIX existía una pequeña emigración que se dirigía hacia el norte de África (Argelia), América o Europa, con una emigración
en algunos casos de carácter temporal en búsqueda de un trabajo agrícola más
remunerado, o como consecuencia de la situación política, que provocaría
importantes emigraciones, sobre todo durante la década ominosa (1823-33). La costa Atlántica (Galicia) y el Levante
fueron los focos de mayor salida de emigrantes hacia estas zonas.
A mediados de siglo, una serie de
disposiciones anularon los obstáculos legales que se oponían a la emigración, y
así se incrementó la marcha
de personas que buscaban mejores condiciones de trabajo y de vida hacia repúblicas de Sudamérica, norte de
África y Europa. La corriente migratoria se dirigía sobre todo a Argentina, Cuba y Brasil,
y en menor medida a Argelia y Francia.
Las guerras coloniales de 1897 a 1900 frenaron la tendencia que se restableció
a comienzos de siglo siguiente.
En cuanto a los movimientos migratorios interiores, desde el siglo XIX hasta la
primera mitad del siglo XX, la cuantía de éstos no fue grande; no obstante, la
industrialización de Cataluña y el País Vasco así
como el desarrollo de Madrid o la zona del Levante intensificaron
estos desplazamientos, las zonas migratorias pertenecían a Galicia, las dos
Castillas, Aragón y Andalucía oriental.
B. el desarrollo urbano.
En España, el proceso de urbanización fue
limitado. El movimiento del campo a la ciudad es un fenómeno muy
relacionado con la revolución agrícola y la industrialización. Al no haber en
España una clara modernización agrícola y con una industrialización lenta y
tardía, el éxodo rural no comenzó hasta fines del siglo XIX,
siendo más evidente en el siguiente siglo. En el último tercio del siglo, el
proceso de urbanización se aceleró de manera notable, aunque desigual.
Crecieron ciudades como Bilbao,
Barcelona y Valencia, mientras que otras como Madrid, Zaragoza o Cartagena, lo hicieron de manera más pausada. La
estructura de la ciudad se quedaba pequeña, y se hacía necesario
un ensanche destinado a dar alojamiento a los nuevos pobladores
llegados del campo.
Los ensanches de Barcelona, Madrid, Bilbao, San
Sebastián, Valencia y de otras tantas poblaciones supusieron grandes desafíos
urbanísticos, a los cuales hicieron frente los arquitectos de la época. Surgieron así el ensanche de Barcelona, de Ildefonso Cerdá, con planos en cuadrícula;
o la Ciudad Lineal,
proyectada para Madrid por Arturo Soria, con un eje de comunicación
central al que se situaban a los lados las viviendas, las industrias y los
servicios.
Concretamente, el crecimiento de la ciudad de
Barcelona se convirtió, a finales de siglo, en un modelo urbano europeo
industrial porque en primer lugar, se hizo con unos barrios salidos de un
ensanche precipitado por la incesante llegada de inmigrantes, con viviendas,
talleres, fábricas con vías y estaciones de ferrocarril. Por otra parte, nos
encontramos unos barrios promocionados por la
burguesía industrial, trazados en manzanas cuadrangulares (plano
ortogonal) y con unos edificios en los que los arquitectos se esforzaron en
plasmar el arte modernista catalán.
8.2.
La revolución
industrial en la España del siglo XIX. El sistema de comunicaciones: el
ferrocarril. Proteccionismo y librecambismo. La aparición de la banca moderna.
Introducción.
Durante el
s. XIX la economía española experimentó numerosos cambios, sin alcanzar el
desarrollo de otros países europeos. Solo en el País Vasco y Cataluña hubo una transformación industrial
importante.
LAS PECULIARIDADES DE LA INCORPORACIÓN DE ESPAÑA A LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.
El proceso
de industrialización no fue tan importante como en otros países europeos,
afectó principalmente a las zonas de Cataluña
y el País Vasco. A finales del XIX, España era aún un país poco desarrollado industrialmente,
continuaba siendo eminentemente agrario.
Este retraso
industrial puede explicarse por la falta
de poder adquisitivo de la población y por un proteccionismo excesivo, otros elementos que explican este
retraso fueron: la falta de
inversiones, las malas comunicaciones terrestres y la falta de redes comerciales
para llevar los bienes al consumidor potencial. Algunos de estos problemas se
resolvieron lo largo del siglo, aunque la expansión industrial fue mucho más débil que en la
mayoría de países de Europa Occidental.
A pesar de
la poca capacidad de compra del mercado español en Cataluña
se creó una importante industria textil,
sobre todo algodonera, gracias al
avance de la economía catalana y a las medidas proteccionistas de los gobiernos
moderados. También fue un elemento decisivo en el desarrollo de esta industria
el espíritu de iniciativa y de riesgo de la burguesía catalana.
En cuanto a
la industria siderúrgica, en 1831 se instaló
en España el primer alto horno, el de La Constancia, en Málaga. La
familia Heredia impulsó la actividad y Andalucía fue la primera región con
siderurgia moderna. La escasez de mineral y carbón la hizo inviable en
tres décadas. En la década de 1840
se desarrolló la siderurgia en Asturias.
Los primeros
altos hornos en el País Vasco se
instalaron en 1841. Los comerciantes vascos aprovecharon la política
proteccionista y la supresión parcial de los fueros. La explotación del mineral
de hierro permitió a un sector de la burguesía, enriquecerse, exportando el mineral
a Reino Unido, lo que propició la aparición de importantes astilleros para construir barcos que
transportaran el mineral.
A partir de 1860 se levantaron altos hornos para la fabricación
de hierro, que eran propiedad de las empresas creadas por los comerciantes
del mineral. Pronto Vizcaya se
convierte en el principal foco industrial de la siderurgia, sobre todo con la
sustitución del hierro por el acero, dando lugar al gigante industrial de Altos Hornos de Vizcaya. En Guipúzcoa aparecen también numerosas empresas
metalúrgicas de transformados del acero. Así surgió una segunda isla
industrial, en el conjunto español todavía agrario, que transformó la sociedad
y economía de los territorios vascos.
En el resto
del país, la industria siguió siendo
artesanal o con escaso desarrollo tecnológico. Algunos sectores
experimentaron cierto desarrollo, en especial los relacionados con la industria alimenticia o la
construcción, cercanas a las áreas urbanas. Pese a todo su volumen fue
bastante débil.
EL SISTEMA DE COMUNICACIONES: EL FERROCARRIL.
España
disponía hacia 1850 de una red de caminos y de carreteras cuya
extensión no llegaba a una décima parte de la de Francia, con una extensión
territorial similar. A mediados de siglo la situación mejoró. En 1850 se estableció el servicio de correos
y, en 1852 se inauguró el servicio de
telégrafos. Pero el principal reto seguía siendo el transporte de
mercancías. La creación de redes comerciales exigía disponer de facilidades
para trasladar mercancías en grandes cantidades y con cierta rapidez. Hacia
1850, Madrid era la única capital europea que solo disponía de caminos para
carros.
En el Bienio
Progresista (1854-56) se dio un impulso decisivo a la construcción
del ferrocarril con una legislación que permitió la entrada de capital
extranjero para financiarlo. Una nueva Ley de Ferrocarriles de 1877
favoreció la formación de nuevas empresas que duplicaron el tendido existente
hasta llegar a unos 13.000 km a finales de siglo. Se incrementó la
presencia de capital español y las subvenciones del Estado. Y el
ferrocarril comenzó a ejercer cierto arrastre de la industria siderúrgica y
metalúrgica nacional. En 1883 se fabricó la primera locomotora con capital
español y comenzó una intensa fabricación de material ferroviario. Los ferrocarriles mineros y los de vía estrecha,
que completaban la red principal, se realizaron básicamente a finales del
siglo. Se produjo una revolución en el sistema de transportes al permitir el
traslado y comercialización de los productos entre las zonas agrícolas y las
industriales. Pero el diferente ancho de vía con respecto a las europeas
fomentó el aislamiento. El trazado radial
ignoraba la localización periférica de la industria. Además, la limitada
demanda existente hizo del ferrocarril un negocio poco lucrativo. Pese a todo, el ferrocarril configuró un mercado nacional
de cierta importancia, aunque lejos, de los vecinos europeos.
PROTECCIONISMO Y LIBRECAMBISMO.
La economía
española durante este periodo se encontraba ante el gran dilema del proteccionismo o el librecambismo. El
primero propugna la protección de la
producción nacional frente al mercado exterior, mediante el establecimiento
de altos impuestos aduaneros a las mercancías importadas, que en general
eran más competitivas. Así, la producción nacional, de menor calidad y más
cara, podría soportar la competencia exterior. Esta tendencia estuvo siempre
auspiciada por los partidos moderados.
Por el contrario, el librecambismo defiende
la libertad de intercambios con
bajos aranceles. El Estado debe garantizar la libre transacción de
capitales y mercancías. Esta política defendida por los progresistas sostenía la idea de la competitividad de los productos españoles con los extranjeros,
para convertirlos en mejores.
Política arancelaria.
Durante el
siglo XIX España tuvo una economía con un nivel de protección arancelaria más
alto que el entorno europeo desde los inicios del liberalismo en el Trienio
Liberal. Las Cortes progresistas de 1841 redujeron las prohibiciones. En 1849
una nueva ley rebajó aún más los aranceles. La polémica entre los dirigentes
liberales fue continua y surgieron asociaciones defensoras de ambas posturas.
Mientras la
burguesía moderada del textil catalán y los cultivadores de trigo del interior abogaban
por un mercado reservado a la producción nacional, los progresistas y
demócratas eran partidarios del librecambismo como forma de conseguir
inversiones y tecnología y de poder acceder a capitales y bienes de equipo
extranjeros. Solamente en breves periodos, como durante el Bienio Progresista,
y limitado a sectores muy concretos, como fue el ferrocarril, se adoptaron
criterios librecambistas.
Tras la
Revolución de 1868, el ministro Laureano
Figuerola estableció un nuevo arancel que pretendía abrir la economía española (arancel Figuerola de 1869) al exterior como forma de
promover el desarrollo económico. Este arancel establecía una desprotección
selectiva, manteniendo una amplia
protección para los productos agrarios y rebajando la de los productos
industriales.
El arancel de Figuerola no acabó de
implantarse totalmente ante la resistencia de los grupos industriales catalanes
y vascos y de los harineros castellanos. De hecho una ley de 1875 paralizó su
implantación. La crisis agraria de finales de siglo, especialmente grave en
España, tuvo como respuesta el arancel muy proteccionista de Cánovas de 1891,
la economía española entró en una década de muy bajo crecimiento de la renta y
un gran debilitamiento del sector exterior.
LA APARICIÓN DE LA BANCA MODERNA.
jueves, 22 de febrero de 2018
COMENTARIO DE UN PLANO URBANO
1.
La situación
de la ciudad respecto
a su entorno amplio: control político o militar de una región, control de un
punto en una ruta de comunicaciones, explotación económica de un recurso, puerto, valle, etc.
2.
El emplazamiento. Los determinantes
topográficos (físicos) que influyen en la ubicación de una ciudad: accidentes
geográficos, provisión de agua
(ríos, lagos, costas), etc.
3. Trazado urbano:Atendiendo las manzanas, las plazas y las vías
(calles y avenidas), ejes de
comunicación.
1.
Irregular:calles estrechas y de trazado tortuoso.
2.
Ortogonal:cuadriculado, con
calles que se cortan en ángulo recto, siendo por ello paralelas y perpendiculares.
El más famoso el ensanche de Barcelona que llevó a cabo Ildefonso Cerdá .
3.
Radioconcéntrico:las calles se disponen en radios circulares partiendo de un punto
central.
4.
Lineal:la distribución de
los edificios se lleva a cabo a lo largo de una calle o avenida principal. Arturo Soria fue el creador de este tipo de plano
que dio lugar a la llamada Ciudad Lineal de Madrid.
5. Compuesto. que se entremezclan distintos trazados.
4. Planimetría del suelo urbano:ocupación y uso.
Ciudad preindustrial:
●
Casco antiguo o histórico (plano
irregular):
○
Edificios históricos y
emblemáticos (ubicación y función).
■ Ciudad romana: plano
ortogonal (modificado en la Edad Media), foro en el centro, dos vías
principales (cardo y decumano), perímetro rodeado de murallas.
■ Ciudad romana: plano
ortogonal (modificado en la Edad Media), foro en el centro, dos vías
principales (cardo y decumano), perímetro rodeado de murallas.
■ Ciudad medieval: plano irregular y laberíntico, perímetro rodeado de murallas y puertas monumentales. La Catedral en el centro.
■ En la edad moderna se construyen las plazas mayores en el casco
antiguo, de las que partían nuevas calles mayores rectilíneas. En la
plaza mayor se instala el ayuntamiento y en su interior se
coloca el mercado.
○ Industria turística
y pequeños comercios.
○
Edificios públicos y administrativos.
Ciudad industrial desde finales del siglo XIX
(plano ortogonal):
●
Ensanche (anexo al casco antiguo) y grandes vías.
○
Zona residencial de clase
media/alta.
○
Superficies comerciales medianas y de lujo.
○
Estación de ferrocarril.
○
Antiguas industrias y barrios obreros anexos al
ferrocarril que hoy ya no existen.
○
Nuevos espacios públicos (parques y zonas verdes)
●
Periferia:
○
Áreas residenciales:
■
Bloques manzana de clase media.
■ Bloques manzana de
edificios de protección oficial (desde el desarrollismo de los 60) que forman
los nuevos barrios obreros de clase baja.
■
Urbanizaciones residenciales de clase media/alta
(desde los 80) que siguiendo la filosofía de la ciudad jardín
(Traer el campo a la
ciudad) tiene jardines entre los bloques. Pueden ser poligonales o de manzana
cerrada.
■
Viviendas unifamiliares de clase media/alta en la
zona más periférica.
○
Áreas de servicios:
■
Servicios educativos (zonas escolares) y sanitarios
(hospitales).
■
Grandes superficies comerciales y de ocio.
■ CBC: central business district : financiero y
comercial en las grandes ciudades.
○ Áreas
industriales y de equipamiento: Polígonos
industriales y parques tecnológicos.
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