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martes, 27 de febrero de 2018

PPT sobre el urbanismo

8.1. EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA Y MOVIMIENTOS MIGRATORIOS EN EL SIGLO XIX. EL DESARROLLO URBANO.


8.1.            Evolución demográfica y movimientos migratorios en el siglo XIX. El desarrollo urbano.

A. Evolución demográfica y movimientos migratorios en el siglo XIX.

Durante todo el siglo XIX, la población española creció de manera constante, gracias a la reducción de las tasas de mortalidad, fenómeno ligado a las mejoras en la alimentación, a los adelantos económicos y a los avances médico-sanitarios que controlaron las epidemias.
La población española siguió siendo eminentemente rural, pero durante todo el siglo se intensifican las migraciones interiores hacia los grandes núcleos de población (éxodo rural). El inicio del proceso de industrialización y el desarrollo del Estado liberal supuso el paso de una sociedad estamental a una sociedad de clases.

Crecimiento demográfico.

La población española que en 1800 era de casi 11 millones pasó en 1900 a 18,6 millones, crecimiento anual 0,53% inferior a la media europea 0,76% anual. El crecimiento vegetativo fue positivo durante casi todo el siglo con altas tasas de natalidad y mortalidad (en torno al 35 por mil), aunque esta  última, fue descendiendo lentamente  durante la 2º mitad del XIX. Fue  el mayor crecimiento demográfico de la historia de España hasta la fecha, pese a contar con numerosas trabas como: las continuas guerras (Independencia, guerras carlistas, guerras coloniales), insurrecciones sociales, inestabilidad política, crisis económicas y de subsistencias, etc.
La tasa de natalidad española, al terminar el siglo, era del 34 por mil, (debido al mantenimiento de la sociedad rural y a los conceptos morales católicos imperantes en la sociedad española) las más altas de Europa pero era insuficiente ante la alta mortalidad porque, aunque la mortalidad disminuyó a lo largo del siglo, al terminar éste era del 29 por mil, la segunda más alta de Europa.
La esperanza media de vida no llegaba a los 35 años. Las causas que explicarían esta alta mortalidad serían varias. En primer lugar, en España pervivieron las crisis de subsistencia propias de la época del Antiguo Régimen. Estas crisis se debieron por un lado a la meteorología, ésta era muy determinante para que se dieran malas cosechas y por otro el atraso técnico de la agricultura española, que generaba bajos rendimientos. Además, las carencias del transporte impedían llevar productos de las zonas excedentarias a las deficitarias. Esto provocaba que, en época de carestía y malas cosechas, fuera muy difícil acceder en áreas rurales o montañosas.
Otro factor muy importante fue el protagonizado por las periódicas epidemias: de cólera (el cólera tuvo una gran extensión, en España hubo 4 brotes durante el siglo, la epidemia de 1854-55 fue la más mortífera de todas, la última se produjo en 1885, con un total de 800.000 muertos), tifus y fiebre amarilla, así como por la persistencia de enfermedades endémicas como la tuberculosis, viruela, sarampión, escarlatina y difteria. Las epidemias y las enfermedades incidían de forma brutal sobre una población muy debilitada por evidentes carencias alimenticias y por una deficiente atención sanitaria.
La mortalidad, en todo caso, manifestó las claras diferencias sociales del siglo. El acceso a la medicina moderna, así como a viviendas con adelantos modernos y que cumpliesen requisitos de salubridad, solamente fue posible para las clases alta y media.
En conclusión, en España pervivió el régimen demográfico antiguo, con la excepción de Cataluña algunas zonas del País Vasco y Madrid, que iniciaron antes la transición demográfica, precisamente en relación con su proceso de industrialización y modernización económica, estamos pues ante una transición demográfica muy retrasada en las que las tasas de natalidad y mortalidad irían descendiendo muy lentamente.
La estructura demográfica por sectores económicos era arcaica y desequilibrada, con un importante predominio del sector primario (70%) frente al secundario (12%) y al terciario (18%).

Movimientos migratorios.
A comienzos del siglo XIX existía una pequeña emigración que se dirigía hacia el norte de África (Argelia), América o Europa, con una emigración en algunos casos de carácter temporal en búsqueda de un trabajo agrícola más remunerado, o como consecuencia de la situación política, que provocaría importantes emigraciones, sobre todo durante la década ominosa (1823-33). La costa Atlántica (Galicia) y el Levante fueron los focos de mayor salida de emigrantes hacia estas zonas.
A mediados de siglo hasta el final de la centuria, una serie de disposiciones anularon los obstáculos legales que se oponían a la emigración, y así se incrementó la marcha de personas que buscaban mejores condiciones de trabajo y de vida hacia repúblicas de Sudamérica, norte de África y Europa. La corriente migratoria se dirigía sobre todo a Argentina,  Cuba y Brasil, y en menor medida a Argelia y Francia. Las guerras coloniales de 1897 a 1900 frenaron la tendencia que se restableció a comienzos de siglo siguiente.
En cuanto a los movimientos migratorios interiores, desde el siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX, la cuantía de éstos no fue grande; no obstante, la industrialización de Cataluña y el País Vasco así como el desarrollo de Madrid o la zona del Levante intensificaron estos desplazamientos, las zonas migratorias pertenecían a Galicia, las dos Castillas, Aragón y Andalucía oriental.

B. el desarrollo urbano.

En España, el proceso de urbanización fue limitado. El movimiento del campo a la ciudad es un fenómeno muy relacionado con la revolución agrícola y la industrialización. Al no haber en España una clara modernización agrícola y con una industrialización lenta y tardía, el éxodo rural no comenzó hasta fines del siglo XIX, siendo más evidente en el siguiente siglo. En el último tercio del siglo, el proceso de urbanización se aceleró de manera notable, aunque desigual. Crecieron ciudades como Bilbao, Barcelona y Valencia, mientras que otras como Madrid, Zaragoza o Cartagena, lo hicieron de manera más pausada. La estructura de la ciudad se quedaba pequeña, y se hacía necesario un ensanche destinado a dar alojamiento a los nuevos pobladores llegados del campo.
Los ensanches de Barcelona (Cerdá), Madrid (Castro), Bilbao, San Sebastián, Valencia y de otras tantas poblaciones supusieron grandes desafíos urbanísticos, a los cuales hicieron frente los arquitectos de la época. Surgieron así el ensanche de Barcelona, de Ildefonso Cerdá, con planos en cuadrícula; o la Ciudad Lineal, proyectada para Madrid por Arturo Soria, con un eje de comunicación central al que se situaban a los lados las viviendas, las industrias y los servicios.
Concretamente, el crecimiento de la ciudad de Barcelona se convirtió, a finales de siglo, en un modelo urbano europeo industrial porque en primer lugar, se hizo con unos barrios salidos de un ensanche precipitado por la incesante llegada de inmigrantes, con viviendas, talleres, fábricas con vías y estaciones de ferrocarril. Por otra parte, nos encontramos unos barrios promocionados por la burguesía industrial, trazados en manzanas cuadrangulares (plano ortogonal) y con unos edificios en los que los arquitectos se esforzaron en plasmar el arte modernista catalán.


7.3. EL PROBLEMA DE CUBA Y LA GUERRA ENTRE ESPAÑA Y ESTADOS UNIDOS. LA CRISIS DE 1898 Y SUS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS, POLÍTICAS E IDEOLÓGICAS.


7.3.            El problema de Cuba y la guerra entre España y Estados Unidos. La crisis  de 1898 y sus consecuencias económicas, políticas e ideológicas.

A. El problema de Cuba y la guerra entre España y Estados Unidos.
Tras la independencia de la mayor parte del imperio a inicios del siglo XIX, sólo las islas antillanas de Cuba y Puerto Rico, y el archipiélago de las Filipinas en sudeste asiático continuaron formando parte del imperio español. Cuba y Puerto Rico basaban su economía en la agricultura de exportación, esencialmente basada en el azúcar de caña y el tabaco, en la que trabajaba mano de obra negra esclava. Eran unas colonias que alcanzaron un importante desarrollo y que eran muy lucrativas para la metrópoli (España).  Cuba se convirtió en la primera productora de azúcar del mundo.
Las duras leyes arancelarias y las políticas proteccionistas impuestas por el gobierno de Madrid durante el siglo XIX convirtieron estos territorios en un "mercado cautivo" de los textiles catalanes o las harinas castellanas. Esta situación perjudicaba claramente a la economía local que podía encontrar  productos mejores y más baratos en los vecinos Estados Unidos.  En Cuba y Puerto Rico, la hegemonía española fue basando cada vez más en la defensa de los intereses de una reducida oligarquía esclavista peninsular, beneficiada por la relación comercial con la metrópoli.
El caso filipino era bien diferente. Aquí la población española era escasa y muy pocos capitales invertidos. El dominio español se sustentaba en una pequeña presencia militar y, sobre todo, en el poder de las órdenes religiosas.

El problema cubano y la guerra con Estados Unidos
La  Guerra Larga  (1868-1878), iniciada con el Grito de Yara y liderada por Céspedes, fue saldada,  con la actuación del general Martínez Campos que culmina con la Paz de Zanjón (78), había sido un primer aviso serio de las aspiraciones independentistas cubanas. La ausencia de reformas facilitó el que el anticolonialismo se desarrollará pese a la represión del gobierno de la restauración.
José Rizal en Filipinas y José Martí y Antonio Maceo en Cuba se configuraron con figuras claves del nacionalismo independentista filipino y cubano respectivamente. En 1895 estallaron de nuevo insurrecciones independentistas en Filipinas  y Cuba. Una dura y cruel guerra volvió a provocar que decenas de miles de soldados procedentes de las clases más humildes fueran embarcados hacia esas distantes islas. El ejército español contó con pocas ayudas de unos gobiernos que apenas podían sostener los gastos de la guerra. Muchos soldados eran jóvenes pobres de origen rural que asistían a la guerra sin formación ni con medios adecuados.
La gran novedad de esta segunda guerra colonial va a ser la ayuda estadounidense a los rebeldes cubanos. Washington ayudó a los insurrectos esencialmente por dos razones:
              Intereses económicos mineros y agrícolas. Cuba era la primera productora del mundo de azúcar.
              Interés geoestratégico. El naciente imperialismo norteamericano buscaba el dominio del Caribe y Centroamérica.
En realidad, el enfrentamiento que se aproximaba en Cuba mostraba la pugna entre un imperialismo moribundo, el español, y uno que estaba naciendo y que iba a marcar los tiempos posteriores, el norteamericano. La explosión en el navío norteamericano Maine en el puerto de La Habana, explosión que costó la vida de 254 marinos estadounidenses, propició una furibunda campaña periodística de las cadenas de Pulitzer y Hearst. El gobierno norteamericano del presidente McKinley, alentado por una opinión pública cada vez más belicista, declaró la guerra a España. El conflicto fue un paseo militar para Estados Unidos que conquistó Cuba, Puerto Rico y Filipinas.  
En Filipinas, la escuadra norteamericana derrotó a la española en la batalla de Cavite (1 de mayo de 1898) y, en agosto, los norteamericanos, ocuparon Manila.
 En Cuba, la flota del almirante Cervera, tras permanecer sitiada en Santiago, fue derrotada el día 3 de julio, y el día 17 se rendía la ciudad. A finales de julio. Ante esta situación, el 12 de agosto España pidió un armisticio y renunció a la soberanía de sus colonias.
 España firmó la Paz de París en diciembre de 1898. Por este acuerdo, España cedió a EE.UU. la isla de Puerto Rico, que hoy sigue siendo un estado asociado de EE.UU., Filipinas y la Isla de Guam en el Pacífico. Todo a cambio de 20 millones de dólares. Cuba alcanzaba la independencia bajo la “protección” estadounidense (Enmienda Platt y base militar de Guantánamo).
   En junio de 1899, el gobierno español, ante la imposibilidad de mantener los últimos reductos del Imperio colonial, firmó el Tratado hispano-alemán, que suponía la cesión de las islas Marianas (salvo Guam), las Carolinas y las Palaos, a cambio de 15 millones de dólares.

B. LA CRISIS  DE 1898 Y SUS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS, POLÍTICAS E IDEOLÓGICAS.
Las consecuencias del desastre.
  • Demográficas. Se calcula que las guerras de 1895-1898 provocaron 120.000 muertos, la mitad de ellos soldados españoles. La mayoría de las muertes se produjeron por enfermedades infecciosas como la fiebre amarilla, la tisis, la disentería, etc.
  • Sociales.  La mayoría de los muertos y los heridos procedían de las clases bajas, de aquellos sectores de la población que no habían podido pagar el dinero necesario (2000 pesetas) que excluía de las quintas. 
  • Económicas. Las repercusiones económicas no fueron importantes a corto plazo, salvo la fuerte subida de los precios de los alimentos en 1898. La pérdida de las colonias supuso una importante repatriación de capitales que fueron invertidos en la economía peninsular. El fin de la guerra permitió al ministro Fernández Villaverde abordar  algunas reformas necesarias en el sistema de impuestos y en la emisión de deuda, lo que supuso un saneamiento de la situación de la Hacienda. Por primera vez en mucho tiempo, el estado español tuvo superávit a principios del siglo XX.
  • Políticas. El desastre provocó el desgaste de los partidos turnantes. Así, se produjo la pérdida de autoridad y el final de la carrera de los políticos que habían dirigido la primera etapa de la Restauración, apareciendo nuevos líderes como Silvela y Maura en el Partido Conservador, y Canalejas Montero Ríos en el Partido Liberal.
  • Militares. El desastre provocó un fuerte desprestigio del ejército. El ejército, pese a las impopulares quintas, a los recursos materiales y a los sacrificios humanos, no había estado preparado para un conflicto como el ocurrido. La imagen del ejército salió fuertemente dañada del 98.
  • Psicológicas. En el plano de la psicología colectiva, el pueblo español vivió la derrota como un trauma nacional, extendiéndose los sentimientos de inferioridad, desmoralización e impotencia.
  • Internacionales. España deja de ser una potencia mundial, con territorios distribuidos por todo el mundo, y se convierte en una potencia de segundo orden.

Esta conmoción nacional provocó una profunda crisis de la conciencia nacional que marcó la  obra crítica de los diversos autores que componen la generación del 98 (Unamuno, Baroja, Maeztu, Azorín...). Propuestas de reforma y modernización política como el Regeneracionismo, con una doble vertiente de reforma política y de reforma educativa. Se criticó el bipartidismo y el caciquismo como elementos esenciales de los males de España. Se produjo también un mayor empuje y presencia de los nacionalismos periféricos, ante una evidente crisis de "la idea de España". El Regeneracionismo de Joaquín Costa fue la principal expresión de una renovada conciencia nacional que aspiraba a la reforma del país. El pensamiento de Costa se basó en una crítica radical al sistema caciquil que había impedido la implantación de una verdadera democracia basada en las clases medias y la modernización económica y social del país.
La derrota de 1898 había puesto de relieve de forma trágica y súbita todas las limitaciones del régimen de la Restauración y su parálisis a la hora de afrontar los problemas sociales y la modernización del país.
Como centro cultural importantísimo se debe señalar la Institución Libre de Enseñanza (1910), fundada por Fernando Giner de los Ríos, que defendía una enseñanza laica, coeducación, métodos de enseñanza intuitivos y supuso un intento de renovación de la sociedad española, especialmente de la burguesía, con ideales progresistas. De este Centro surgieron grandes intelectuales del siglo XX como la Generación del 27: Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Juan Ramón Jiménez, Luis Buñuel (cineasta), Salvador Dalí, José Ortega y Gasset y el científico Ramón y Cajal.





lunes, 26 de febrero de 2018

BLOQUE 8 HISTORIA PDF

BLOQUE 8. PERVIVENCIAS Y TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS EN EL SIGLO XIX: UN DESARROLLO INSUFICIENTE

BLOQUE 8. Pervivencias y transformaciones económicas en el siglo XIX: un desarrollo insuficiente

8.1.            Evolución demográfica y movimientos migratorios en el siglo XIX. El desarrollo urbano.

A. Evolución demográfica y movimientos migratorios en el siglo XIX.

Durante todo el siglo XIX, la población española creció de manera constante, gracias a la reducción de las tasas de mortalidad, fenómeno ligado a las mejoras en la alimentación, a los adelantos económicos y a los avances médico-sanitarios que controlaron las epidemias.
La población española siguió siendo eminentemente rural, pero durante todo el siglo se intensifican las migraciones interiores hacia los grandes núcleos de población (éxodo rural). El inicio del proceso de industrialización y el desarrollo del Estado liberal supuso el paso de una sociedad estamental a una sociedad de clases.

Crecimiento demográfico.

La población española que en 1800 era de casi 11 millones pasó en 1900 a 18,6 millones, crecimiento anual 0,53% inferior a la media europea 0,76% anual. El crecimiento vegetativo fue positivo durante casi todo el siglo con altas tasas de natalidad y mortalidad (en torno al 35 por mil), aunque esta  última, fue descendiendo lentamente  durante la 2º mitad del XIX. Fue  el mayor crecimiento demográfico de la historia de España hasta la fecha, pese a contar con numerosas trabas como: las continuas guerras (Independencia, guerras carlistas, guerras coloniales), insurrecciones sociales, inestabilidad política, crisis económicas y de subsistencias, etc.
La tasa de natalidad española, al terminar el siglo, era del 34 por mil, (debido al mantenimiento de la sociedad rural y a los conceptos morales católicos imperantes en la sociedad española) las más altas de Europa pero era insuficiente ante la alta mortalidad porque, aunque la mortalidad disminuyó a lo largo del siglo, al terminar éste era del 29 por mil, la segunda más alta de Europa.
La esperanza media de vida no llegaba a los 35 años. Las causas que explicarían esta alta mortalidad serían varias. En primer lugar, en España pervivieron las crisis de subsistencia propias de la época del Antiguo Régimen. Estas crisis se debieron por un lado a la meteorología, ésta era muy determinante para que se dieran malas cosechas y por otro el atraso técnico de la agricultura española, que generaba bajos rendimientos. Además, las carencias del transporte impedían llevar productos de las zonas excedentarias a las deficitarias. Esto provocaba que, en época de carestía y malas cosechas, fuera muy difícil acceder en áreas rurales o montañosas.
Otro factor muy importante fue el protagonizado por las periódicas epidemias: de cólera (el cólera tuvo una gran extensión, en España hubo 4 brotes durante el siglo, la epidemia de 1854-55 fue la más mortífera de todas, la última se produjo en 1885, con un total de 800.000 muertos), tifus y fiebre amarilla, así como por la persistencia de enfermedades endémicas como la tuberculosis, viruela, sarampión, escarlatina y difteria. Las epidemias y las enfermedades incidían de forma brutal sobre una población muy debilitada por evidentes carencias alimenticias y por una deficiente atención sanitaria.
La mortalidad, en todo caso, manifestó las claras diferencias sociales del siglo. El acceso a la medicina moderna, así como a viviendas con adelantos modernos y que cumpliesen requisitos de salubridad, solamente fue posible para las clases alta y media.
En conclusión, en España pervivió el régimen demográfico antiguo, con la excepción de Cataluña algunas zonas del País Vasco y Madrid, que iniciaron antes la transición demográfica, precisamente en relación con su proceso de industrialización y modernización económica, estamos pues ante una transición demográfica muy retrasada en las que las tasas de natalidad y mortalidad irían descendiendo muy lentamente.
La estructura demográfica por sectores económicos era arcaica y desequilibrada, con un importante predominio del sector primario (70%) frente al secundario (12%) y al terciario (18%).

Movimientos migratorios.
A comienzos del siglo XIX existía una pequeña emigración que se dirigía hacia el norte de África (Argelia), América o Europa, con una emigración en algunos casos de carácter temporal en búsqueda de un trabajo agrícola más remunerado, o como consecuencia de la situación política, que provocaría importantes emigraciones, sobre todo durante la década ominosa (1823-33). La costa Atlántica (Galicia) y el Levante fueron los focos de mayor salida de emigrantes hacia estas zonas.
A mediados de siglo, una serie de disposiciones anularon los obstáculos legales que se oponían a la emigración, y así se incrementó la marcha de personas que buscaban mejores condiciones de trabajo y de vida hacia repúblicas de Sudamérica, norte de África y Europa. La corriente migratoria se dirigía sobre todo a Argentina,  Cuba y Brasil, y en menor medida a Argelia y Francia. Las guerras coloniales de 1897 a 1900 frenaron la tendencia que se restableció a comienzos de siglo siguiente.
En cuanto a los movimientos migratorios interiores, desde el siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX, la cuantía de éstos no fue grande; no obstante, la industrialización de Cataluña y el País Vasco así como el desarrollo de Madrid o la zona del Levante intensificaron estos desplazamientos, las zonas migratorias pertenecían a Galicia, las dos Castillas, Aragón y Andalucía oriental.

B. el desarrollo urbano.

En España, el proceso de urbanización fue limitado. El movimiento del campo a la ciudad es un fenómeno muy relacionado con la revolución agrícola y la industrialización. Al no haber en España una clara modernización agrícola y con una industrialización lenta y tardía, el éxodo rural no comenzó hasta fines del siglo XIX, siendo más evidente en el siguiente siglo. En el último tercio del siglo, el proceso de urbanización se aceleró de manera notable, aunque desigual. Crecieron ciudades como Bilbao, Barcelona y Valencia, mientras que otras como Madrid, Zaragoza o Cartagena, lo hicieron de manera más pausada. La estructura de la ciudad se quedaba pequeña, y se hacía necesario un ensanche destinado a dar alojamiento a los nuevos pobladores llegados del campo.
Los ensanches de Barcelona, Madrid, Bilbao, San Sebastián, Valencia y de otras tantas poblaciones supusieron grandes desafíos urbanísticos, a los cuales hicieron frente los arquitectos de la época. Surgieron así el ensanche de Barcelona, de Ildefonso Cerdá, con planos en cuadrícula; o la Ciudad Lineal, proyectada para Madrid por Arturo Soria, con un eje de comunicación central al que se situaban a los lados las viviendas, las industrias y los servicios.
Concretamente, el crecimiento de la ciudad de Barcelona se convirtió, a finales de siglo, en un modelo urbano europeo industrial porque en primer lugar, se hizo con unos barrios salidos de un ensanche precipitado por la incesante llegada de inmigrantes, con viviendas, talleres, fábricas con vías y estaciones de ferrocarril. Por otra parte, nos encontramos unos barrios promocionados por la burguesía industrial, trazados en manzanas cuadrangulares (plano ortogonal) y con unos edificios en los que los arquitectos se esforzaron en plasmar el arte modernista catalán.


8.2.            La revolución industrial en la España del siglo XIX. El sistema de comunicaciones: el ferrocarril. Proteccionismo y librecambismo. La aparición de la banca moderna.

Introducción.

Durante el s. XIX la economía española experimentó numerosos cambios, sin alcanzar el desarrollo de otros países europeos. Solo en el País Vasco y Cataluña hubo una transformación industrial importante.

LAS PECULIARIDADES DE LA INCORPORACIÓN DE ESPAÑA A LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.

El proceso de industrialización no fue tan importante como en otros países europeos, afectó principalmente a las zonas de Cataluña y el País Vasco. A finales del XIX, España era aún un país poco desarrollado industrialmente, continuaba siendo eminentemente agrario.
Este retraso industrial puede explicarse por la falta de poder adquisitivo de la población y por un proteccionismo excesivo, otros elementos que explican este retraso fueron: la falta de inversiones, las malas comunicaciones terrestres y la falta de redes comerciales para llevar los bienes al consumidor potencial. Algunos de estos problemas se resolvieron lo largo del siglo, aunque la expansión industrial fue mucho más débil que en la mayoría de países de Europa Occidental.
A pesar de la poca capacidad de compra del mercado español en Cataluña se creó una importante industria textil, sobre todo algodonera, gracias al avance de la economía catalana y a las medidas proteccionistas de los gobiernos moderados. También fue un elemento decisivo en el desarrollo de esta industria el espíritu de iniciativa y de riesgo de la burguesía catalana.
En cuanto a la industria siderúrgica, en 1831 se instaló en España el primer alto horno, el de La Constancia, en Málaga. La familia Heredia impulsó la actividad y Andalucía fue la primera región con siderurgia moderna.  La escasez de mineral y carbón la hizo inviable en tres décadas. En la década de 1840 se desarrolló la siderurgia en Asturias.
Los primeros altos hornos en el País Vasco se instalaron en 1841. Los comerciantes vascos aprovecharon la política proteccionista y la supresión parcial de los fueros. La explotación del mineral de hierro permitió a un sector de la burguesía, enriquecerse, exportando el mineral a Reino Unido, lo que propició la aparición de importantes astilleros para construir barcos que transportaran el mineral.
 A partir de 1860 se levantaron altos hornos para la fabricación de hierro, que eran propiedad  de las empresas creadas por los comerciantes del mineral. Pronto Vizcaya se convierte en el principal foco industrial de la siderurgia, sobre todo con la sustitución del hierro por el acero, dando lugar al gigante industrial de Altos Hornos de Vizcaya. En Guipúzcoa aparecen también numerosas empresas metalúrgicas de transformados del acero. Así surgió una segunda isla industrial, en el conjunto español todavía agrario, que transformó la sociedad y economía de los territorios vascos.
En el resto del país, la industria siguió siendo artesanal o con escaso desarrollo tecnológico. Algunos sectores experimentaron cierto desarrollo, en especial los relacionados con la industria alimenticia o la construcción, cercanas a las áreas urbanas. Pese a todo su volumen fue bastante débil.
 
EL SISTEMA DE COMUNICACIONES: EL FERROCARRIL.

España disponía hacia 1850 de una red de caminos y de carreteras cuya extensión no llegaba a una décima parte de la de Francia, con una extensión territorial similar. A mediados de siglo la situación mejoró. En 1850 se estableció el servicio de correos y, en 1852 se inauguró el servicio de telégrafos. Pero el principal reto seguía siendo el transporte de mercancías. La creación de redes comerciales exigía disponer de facilidades para trasladar mercancías en grandes cantidades y con cierta rapidez. Hacia 1850, Madrid era la única capital europea que solo disponía de caminos para carros.

En el Bienio Progresista (1854-56) se dio un impulso decisivo a la construcción del ferrocarril con una legislación que permitió la entrada de capital extranjero para financiarlo. Una nueva Ley de Ferrocarriles de 1877 favoreció la formación de nuevas empresas que duplicaron el tendido existente hasta llegar a unos 13.000 km a finales de siglo. Se incrementó la presencia de capital español y las subvenciones del Estado. Y el ferrocarril comenzó a ejercer cierto arrastre de la industria siderúrgica y metalúrgica nacional. En 1883 se fabricó la primera locomotora con capital español y comenzó una intensa fabricación de material ferroviario. Los ferrocarriles mineros y los de vía estrecha, que completaban la red principal, se realizaron básicamente a finales del siglo. Se produjo una revolución en el sistema de transportes al permitir el traslado y comercialización de los productos entre las zonas agrícolas y las industriales. Pero el diferente ancho de vía con respecto a las europeas fomentó el aislamiento. El trazado radial ignoraba la localización periférica de la industria. Además, la limitada demanda existente hizo del ferrocarril un negocio poco lucrativo. Pese a todo, el ferrocarril configuró un mercado nacional de cierta importancia, aunque lejos, de los vecinos europeos.

PROTECCIONISMO Y LIBRECAMBISMO.

La economía española durante este periodo se encontraba ante el gran dilema del proteccionismo o el librecambismo. El primero propugna la protección de la producción nacional frente al mercado exterior, mediante el establecimiento de altos impuestos aduaneros a las mercancías importadas, que en general eran más competitivas. Así, la producción nacional, de menor calidad y más cara, podría soportar la competencia exterior. Esta tendencia estuvo siempre auspiciada por los partidos moderados.
 Por el contrario, el librecambismo defiende la libertad de intercambios con bajos aranceles. El Estado debe garantizar la libre transacción de capitales y mercancías. Esta política defendida por los progresistas sostenía la idea de la competitividad de los productos españoles con los extranjeros, para convertirlos en mejores.

Política arancelaria.

Durante el siglo XIX España tuvo una economía con un nivel de protección arancelaria más alto que el entorno europeo desde los inicios del liberalismo en el Trienio Liberal. Las Cortes progresistas de 1841 redujeron las prohibiciones. En 1849 una nueva ley rebajó aún más los aranceles. La polémica entre los dirigentes liberales fue continua y surgieron asociaciones defensoras de ambas posturas.
Mientras la burguesía moderada del textil catalán y los cultivadores de trigo del interior abogaban por un mercado reservado a la producción nacional, los progresistas y demócratas eran partidarios del librecambismo como forma de conseguir inversiones y tecnología y de poder acceder a capitales y bienes de equipo extranjeros. Solamente en breves periodos, como durante el Bienio Progresista, y limitado a sectores muy concretos, como fue el ferrocarril, se adoptaron criterios librecambistas.
Tras la Revolución de 1868, el ministro Laureano Figuerola estableció un nuevo arancel que pretendía abrir la economía española (arancel Figuerola de 1869) al exterior como forma de promover el desarrollo económico. Este arancel establecía una desprotección selectiva, manteniendo una amplia protección para los productos agrarios y rebajando la de los productos industriales.
El arancel de Figuerola no acabó de implantarse totalmente ante la resistencia de los grupos industriales catalanes y vascos y de los harineros castellanos. De hecho una ley de 1875 paralizó su implantación. La crisis agraria de finales de siglo, especialmente grave en España, tuvo como respuesta el arancel muy proteccionista de Cánovas de 1891, la economía española entró en una década de muy bajo crecimiento de la renta y un gran debilitamiento del sector exterior.

 LA APARICIÓN DE LA BANCA MODERNA.




jueves, 22 de febrero de 2018

COMENTARIO DE UN PLANO URBANO

COMENTARIO DE UN PLANO URBANO                           
1.                   La situación de la ciudad respecto a su entorno amplio: control político o militar de una región, control de un punto en una ruta de comunicaciones, explotación económica de un recurso, puerto, valle, etc. 
2.                   El emplazamiento. Los determinantes topográficos (físicos) que influyen en la ubicación de una ciudad: accidentes geográficos, provisión de agua (ríos, lagos, costas), etc. 
3.                  Trazado urbano:Atendiendo las manzanas, las plazas y las vías (calles y avenidas), ejes de  comunicación.
1.       Irregular:calles estrechas y de trazado tortuoso.
2.       Ortogonal:cuadriculado, con calles que se cortan en ángulo recto, siendo por ello paralelas y perpendiculares. El más famoso el ensanche de Barcelona que llevó a cabo Ildefonso Cerdá​   .
3.       Radioconcéntrico:las calles se disponen en radios circulares partiendo de un punto central. 
4.       Lineal:la distribución de los edificios se lleva a cabo a lo largo de una calle o avenida principal. Arturo Soria fue el creador de este tipo de plano que dio lugar a la llamada Ciudad Lineal de Madrid. 
5. Compuesto. que se entremezclan distintos trazados.

4.                  Planimetría del suelo urbano:ocupación y uso. Ciudad preindustrial:
   Casco antiguo o histórico (plano irregular):
   Edificios históricos y emblemáticos (ubicación y función).
Ciudad romana: plano ortogonal (modificado en la Edad Media), foro en el centro, dos vías principales (cardo y decumano), perímetro rodeado de murallas. 
Ciudad romana: plano ortogonal (modificado en la Edad Media), foro en el centro, dos vías principales (cardo y decumano), perímetro rodeado de murallas. 
Ciudad medieval: plano irregular y laberíntico, perímetro rodeado de murallas y puertas monumentales. La Catedral en el centro.​ 
En la edad moderna se construyen las plazas mayores en el casco antiguo, de las que partían nuevas ​      calles mayores rectilíneas. En la plaza mayor se instala el ayuntamiento y en su interior se coloca el mercado.
                  Industria turística y pequeños comercios. 
Edificios públicos y administrativos. 
Ciudad industrial desde finales del siglo XIX (plano ortogonal):
   Ensanche (anexo al casco antiguo) y grandes vías. 
   Zona residencial de clase media/alta. 
Superficies comerciales medianas y de lujo.
Estación de ferrocarril. 
Antiguas industrias y barrios obreros anexos al ferrocarril que hoy ya no existen.
Nuevos espacios públicos (parques y zonas verdes)
   Periferia: 
   Áreas residenciales:
Bloques manzana de clase media. 
Bloques manzana de edificios de protección oficial (desde el desarrollismo de los 60) que forman los nuevos barrios obreros de clase baja.
Urbanizaciones residenciales de clase media/alta (desde los 80) que siguiendo la filosofía de la ciudad jardín
(Traer el campo a la ciudad) tiene jardines entre los bloques. Pueden ser poligonales o de manzana cerrada. 
Viviendas unifamiliares de clase media/alta en la zona más periférica. 
Áreas de servicios:
Servicios educativos (zonas escolares) y sanitarios (hospitales).
Grandes superficies comerciales y de ocio.
                                       CBC: central business district: financiero y comercial en las grandes ciudades.
                       Áreas industriales y de equipamiento: Polígonos industriales y parques tecnológicos.​