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lunes, 12 de marzo de 2018

9.2. LA INTERVENCIÓN EN MARRUECOS. REPERCUSIONES DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL EN ESPAÑA. LA CRISIS DE 1917 Y EL TRIENIO BOLCHEVIQUE.

9.2. La intervención en Marruecos. Repercusiones de la Primera Guerra Mundial en España. La crisis de 1917 y el trienio bolchevique.
Tras los intentos regeneracionistas de los partidos oficiales, estos se sumieron en la división, incapaces de solucionar los problemas de España. A los problemas internos se sumó la influencia que tuvieron acontecimientos de transcendencia mundial como la Primera Guerra Mundial (1914-1918) o la Revolución Bolchevique en Rusia (octubre 1917). Todo ello llevará a la descomposición definitiva del régimen de la Restauración.
La intervención en Marruecos.
Sin su imperio ultramarino y cada vez más aislada de Europa, España trató de participar en el reparto de África. Tras la Conferencia de Algeciras (1906), España obtuvo el reconocimiento definitivo de sus derechos sobre el norte del territorio marroquí. La población rifeña (en las montañas del Rif era donde se localizaban minas de hierro) estaba dividida en tribus o cabilas reacias a renunciar a su independencia. Durante los años de ocupación española, las cabilas  lucharon contra la ocupación atacando a los intereses coloniales de Espala en numerosas ocasiones. En 1909, se produjo el desastre del Barranco del Lobo, donde 153 soldados españoles murieron en una emboscada de los rifeños. Este acontecimiento precipitó la Semana Trágica de Barcelona con barricadas, vuelcos de tranvías, quema de conventos, enfrentamientos entre la policía y huelgas.
 Posteriormente, las cabilas rebeldes siguieron organizándose a través del líder Abd-el-Krim. El general Silvestre en 1921, sin contar con el Alto Comisario en Marruecos (máxima autoridad del ejército español destacado en Marruecos), el general Berenguer, decidió atacar a Abd-el-Krim en una expedición suicida que puso en peligro todo el protectorado y se saldó con una terrible derrota, el desastre de Annual, donde sus hombres fueron masacrados por los rifeños (los cálculos variaron entre 8000 a más de 13.000 bajas, que es la cifra manejada por el informe que se comenzó a realizar tras el desastre, el llamado Expediente Picasso). En Madrid el parlamento pidió responsabilidades, pero durante la investigación sonó el nombre del rey, pues algunos consideraban que Silvestre, amigo personal del monarca, actúo en contacto con Alfonso XIII saltándose el escalafón. Tanto el desastre como la investigación posterior causaron un profundo malestar en el ejército.
Marruecos siguió siendo un quebradero de cabeza hasta que, en 1926, tras el desembarco de Alhucemas, las tropas de Primo de Rivera derrotasen a Abd-el-Krim.

Repercusiones de la Primera Guerra Mundial en España.
Cuando estalló la Gran Guerra, el gobierno del conservador Eduardo Dato declaró la neutralidad, que fue respaldada por todos los partidos. A pesar de la neutralidad oficial, las fuerzas políticas y los sectores sociales mejor informados y con inquietudes políticas se dividieron en dos bandos, los aliadófilos y los germanófilos.
Se puede decir que los sectores más conservadores de España simpatizaron, por lo general, con los Imperios Centrales, representantes del orden y de la autoridad, mientras que los sectores más liberales y la izquierda se inclinaron con los aliados, que representaban los principios democráticos. Solo los anarcosindicalistas y una minoría socialista calificaron la guerra como un enfrentamiento entre imperialismos, sin decantarse por unos o por otros.
La neutralidad favoreció una espectacular expansión de la economía. España se convirtió en abastecedora de los países beligerantes, a los que suministró materias primas y productos industriales. Sin embargo, mientras la burguesía industrial y financiera se enriqueció con los beneficios extraordinarios de la guerra, las clases trabajadoras sufrieron un fuerte descenso de su nivel de vida, a pesar del alza de los salarios, por la escasez y por la subida vertiginosa de los precios de los productos de primera necesidad.
Esta situación agravó las diferencias sociales de la época y provocó una gran agitación social y el auge del movimiento obrero. Este clima de extrema tensión social intensificó el número de huelgas.

La crisis de 1917
El estallido definitivo de la crisis se produjo en 1917, con tres frentes abiertos: el militar (Juntas de Defensa), el político (Asamblea de Parlamentarios) y el social (Huelga general).
Una parte del ejército, descontento con los bajos salarios, lo que consideraba ataques nacionalistas a la integridad de España y el sistema de ascensos (que primaba a los militares con destino en Marruecos sobre la antigüedad) se organizó en el movimiento de Juntas de Defensa para exigir reformas políticas y mejoras profesionales; estas Juntas fueron prohibidas inicialmente por el gobierno de García Prieto, pero legalizadas por el posterior gobierno del conservador Eduardo Dato. Finalmente, el nuevo Gobierno aceptó gran parte de estas peticiones y promulgó la Ley del Ejército en junio del 18, demostrando de nuevo su influencia en la política.

Al mismo tiempo, los nacionalistas catalanes de la Lliga de Cambó, los republicanos de Melquiades Álvarez y de Lerroux y algunos grupos obreros (PSOE) se unieron para exigir una reforma política total, y como primera medida pedían la convocatoria de una asamblea constituyente. Como respuesta, Dato cerró las Cortes y anuló las garantías constitucionales. Representantes de los grupos antes citados se reunieron, en una Asamblea de Parlamentarios en Barcelona, en la que, junto a una nueva Constitución y una profunda reforma del sistema, se exigió la concesión de autonomía política a las regiones. El movimiento se fue haciendo más nacionalista y más radical. En ese ambiente enrarecido, las centrales sindicales UGT y CNT convocaron una huelga general revolucionaria, aunque fracasó por la durísima represión.
Finalmente, y tras la reunión de los asambleístas en Madrid, Alfonso XIII da paso a un gobierno de colaboración, presidido por Manuel García Prieto, pero con la presencia de miembros de la Asamblea (lo que de hecho suponía la desaparición de la misma) como Cambó y Maura, que temían una radicalización excesiva del movimiento. Este gobierno fue incapaz de dar una solución, lo mismo que los 13 inestables gobiernos que van a sucederse hasta 1923, demostrando la incapacidad de los políticos para reformar el sistema.
El problema de la crisis política se veía agravado por una situación social cada día más tensa: obreros y campesinos pedían reformas laborales y cambios en la estructura de la propiedad que los patronos no estaban dispuestos a conceder. La violencia de los obreros fue contestada con violencia patronal, lo que desembocó en una guerra abierta en las calles de algunas ciudades, sobre todo en la ciudad de Barcelona.        
En Andalucía la agitación social se había mantenido a muy bajos niveles desde 1917, en cuya huelga general apenas participó el campo. Sin embargo, entre 1918 y 1920, se vivió el denominado “trienio bolchevique”, una fase de actividad revolucionaria, provocada por la situación de miseria de los jornaleros agrícolas, la carestía de la vida y la influencia de la Revolución rusa. Dirigidos por UGT y CNT hubo huelgas (1919), ocupación de campos, reparto de tierras y toma de ayuntamientos. Con la declaración del estado de guerra y una fuerte represión se finalizó la revuelta social en 1920. Tras la represión, la conflictividad descendió, pero la problemática del campo andaluz y la desaparición del régimen de propiedad continuó, reproduciéndose durante la II República un fuerte rebrote de la violencia. Pese a todo, se alcanzaron logros como la jornada laboral de 8 horas.

La suma de estos factores: inestabilidad política, desorden público (huelgas, atentados), nacionalismo catalán, Marruecos (¨desastre de Annual¨), propiciaron el golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera en 1923 que fue aplaudido por gran parte de la sociedad, empezando por la propio Alfonso XIII.

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