9.1. Alfonso
XIII y la crisis del sistema político de la Restauración: los partidos
dinásticos. Las fuerzas políticas de oposición: republicanos, nacionalistas, socialistas
y anarcosindicalistas.
El
17 de mayo de 1902,
el heredero de la Corona, Alfonso XIII, se convertía en rey, previo juramento
de la Constitución de 1876. Hasta esa fecha el sistema canovista había permitido
una cierta estabilidad, pero durante el reinado de Alfonso
XIII, España vive en una situación de permanente crisis política: las muertes
de Cánovas (asesinado en 1897) y de Sagasta (1903)
llevó a los partidos tradicionales del turno a una lucha interna por el liderazgo que debilitó su posición, y facilitó
la aparición en la escena política de
nuevos partidos (socialistas, republicanos y
nacionalistas), ajenos al sistema turnista. Estos hechos, unidos a
la creciente dificultad para aplicar las
trampas electorales que garantizaban la alternancia en el poder (en las
ciudades, con un peso demográfico cada vez mayor, el caciquismo al estilo rural
no era posible) llevó al agotamiento
del sistema canovista. La actitud del joven rey, partidario de
intervenir en el gobierno y sobre todo en la política de ascensos del ejército, creará mayor
inestabilidad.
En
ese momento el sistema de la Restauración dependía para su continuidad de que
se diese solución a estos urgentes
problemas:
· Necesidad de dar autenticidad al sistema
político,
permitiendo y animando a la participación real de toda la población. La existencia
de un régimen político corrupto con elecciones fraudulentas hasta ahora no lo
había permitido.
· Atención a las reivindicaciones de las
clases populares. Medidas como la creación del Instituto de
Reformas Sociales (1903); el Reglamento de Inspección del Trabajo (1906), para
regular la cuestión de los accidentes de trabajo; la Ley de Huelga (1909)
etc.., Pero el desencanto de las clases trabajadoras les llevará hacia
posiciones políticas cada vez más radicales.
· Lograr la integración en el sistema de la
Restauración de nuevas fuerzas políticas en ascenso: el PSOE, que obtuvo en 1910 su primer diputado (Pablo Iglesias); las fuerzas
regionalistas, especialmente el catalanismo, con la LLiga Regionalista y Solidaritat
Catalana de Francesc Cambó. Por
último, el republicanismo,
que también crecía en importancia política con la fundación del Partido Republicano Radical (1908),
de Alejandro Lerroux, y del Partido Republicano Reformista (1912).
· Un ejército herido en su orgullo por
la derrota en Cuba y que ven los nacionalismos periféricos como una seria
amenaza para la unidad de España.
los partidos
dinásticos
Tras la crisis del 98, se produjo la necesidad de relevar a los primeros
hombres de la Restauración, provocando dentro de los partidos oficiales una lucha por el liderazgo, que provocará una
cierta inestabilidad política. En la etapa conservadora que va de 1902 a
1905 hubo cinco presidentes de Gobierno, y en la liberal, de 1905 a 1907, otros
cinco.
En el Partido Conservador, a la muerte de
Cánovas del Castillo, su sucesor Francisco Silvela,
crítico con el canovismo, intentó unir las corrientes regeneracionistas
surgidas tras el ¨desastre¨, pero lo único que logró fue poner de manifiesto la dificultad de acuerdo entre sus
componentes. A Silvela pronto le disputó su liderazgo Raimundo Fernández
Villaverde. Con todo el político más representativo del
partido fue Antonio Maura,
que acabó convirtiéndose en el jefe
conservador. Católico, enemigo del caciquismo para lograr la pureza de las
votaciones, ocupó la presidencia del
Gobierno entre 1903 y 1904, y de nuevo, en el bienio 1907-1909. Maura
presentó un programa revisionista intentó
acabar con el caciquismo y legitimar la vida política, reformar la ley
electoral, descentralizar el poder y fomentar la economía. Aunque se encontró
con la desconfianza de la oposición y las resistencias dentro de su propio
partido. Para intentar atraerse a los nacionalistas burgueses catalanes (Lliga Catalana) preparó la "Ley de las Mancomunidades” que
permitiría una autonomía municipal, comarcal y provincial, y que hubiese
podido solucionar las demandas de autogobierno de Cataluña, País Vasco y
Galicia. Su labor se vio interrumpida por la crisis de la Semana Trágica de julio de 1909. Durante tres
días, en la ciudad, se prolongaron las luchas en las calles. Con más de 100 muertos, 300 heridos.
Después llego la represión, las detenciones, los procesos y las condenas a
muerte destacando la del ideólogo anarquista Ferrer
Guardia.
En el Partido Liberal padeció también
por esos años el problema de la jefatura producido con la muerte de Sagasta en
1903 y el desgaste en el poder. Montero Ríos y Segismundo Moret
se disputaron el liderazgo, aunque fue un tercero José Canalejas
quien se convertiría en el verdadero jefe de los liberales, quien gobernaría
entre 1910 y 1912. Tras un breve Gobierno de Moret, el rey nombró como jefe de
Gobierno a Canalejas, que pretendió llevar a cabo una reforma social, propiciando un diálogo con el movimiento
obrero; la separación real entre la Iglesia y el Estado (con la Ley
Candado, que le aportó la ruptura de relaciones diplomáticas con el Vaticano);
un programa educativo y la modificación del servicio militar. La
labor modernizadora de Canalejas quedó truncada trágicamente cuando fue
asesinado en noviembre de 1912 a
manos de un anarquista. En ese instante, finalizaron a la vez la etapa de
regeneracionismo interno desde los Gobiernos y los mejores momentos del reinado
de Alfonso XIII.
En definitiva, fueron años de renovación interna entre los dos partidos del régimen, pero
nunca llevarían a la quiebra definitiva del sistema de la Restauración
ni a la renovación que el sistema requería.
Las fuerzas
políticas de oposición: republicanos, nacionalistas, socialistas y
anarcosindicalistas.
Los partidos excluidos del sistema habían tenido muy poco peso desde el
comienzo de la Restauración, pero en los inicios del siglo XX su fuerza y sus
apoyos comenzaron a aumentar. Al ir aumentando las ciudades, el peso del caciquismo fue menor en estas y, por lo
tanto, el apoyo a estas fuerzas políticas fue creciendo cada vez más.
Los republicanos: En las primeras
décadas del siglo XX la oposición más importante era el republicanismo.
Representaba la aspiración de los
intelectuales y de sectores de las clases medias a una democratización
política, que identificaban con el régimen republicano. Conoció una renovación
ideológica con la inclusión de las doctrinas del nuevo liberalismo democrático,
más sensible a las reformas sociales,
para intentar mejorar la vida de las clases medias y obreras.
El impulso regenerador y unificador llegó
en 1903 con la formación de la Unión
Republicana, cosechando un notable éxito electoral en las grandes
ciudades. Las divergencias en este partido terminaron por dividir de nuevo al
republicanismo; en 1908 se escindió
el sector radical liderado por Alejandro
Lerroux, que formó el Partido
Radical.
Los nacionalistas: El catalán era el nacionalismo de mayor
relevancia en las primeras décadas del siglo XX. Estuvo dominado por la Lliga
Regionalista, fundada en 1901. Esta formación política consideraba que se
debía compatibilizar la regeneración política y la modernización económica con
su reivindicación de la autonomía de Cataluña. Este era el partido de la
burguesía catalana y no contó con el
apoyo de la clase obrera, ya que no atendía a las reformas sociales.
Practicó una política pactista
colaborando en ocasiones con los partidos del turno (Conservadores y
Liberales). El nacionalismo vasco. Tras la
muerte de Sabino Arana en 1903, fundador y líder del PNV (Partido Nacionalista
Vasco), se inició un duro y largo
enfrentamiento entre el sector
independentista y defensor de las ideas aranistas, y otro más moderado,
liberal y posibilista que optaba por la autonomía vasca dentro de
España. Con la nueva estrategia del sector autonomista, el nacionalismo vasco,
se extendió desde Vizcaya al resto de las provincias vascas, se aproximó a la
burguesía industrial, amplió sus bases sociales y se consolidó como la fuerza
mayoritaria en el País Vasco.
El Socialismo: sobresalen dos
fuerzas políticas desde ya finales del XIX: Los socialistas
(PSOE) crecen lenta pero progresivamente. Atrajeron a
intelectuales burgueses para dar credibilidad al partido. Se agrupaba en torno
a Pablo Iglesias y contaba con una
potente organización sindical que les respaldaba (la UGT). Los anarquistas o
anarcosindicalistas logran
una amplia implantación entre el
proletariado y, entre las diferentes facciones, desde 1910 (fecha de su
fundación) sobresale la CNT,
con un índice altísimo de afiliaciones. Defensores de la doctrina conocida como
“la propagada por el hecho”, o,
“acción directa”, fueron los responsables de los atentados a Canalejas
o contra el Rey (el día de su boda). Estaban en contra de cualquier poder y no
constituyeron partido alguno.
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