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martes, 27 de febrero de 2018

8.1. EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA Y MOVIMIENTOS MIGRATORIOS EN EL SIGLO XIX. EL DESARROLLO URBANO.


8.1.            Evolución demográfica y movimientos migratorios en el siglo XIX. El desarrollo urbano.

A. Evolución demográfica y movimientos migratorios en el siglo XIX.

Durante todo el siglo XIX, la población española creció de manera constante, gracias a la reducción de las tasas de mortalidad, fenómeno ligado a las mejoras en la alimentación, a los adelantos económicos y a los avances médico-sanitarios que controlaron las epidemias.
La población española siguió siendo eminentemente rural, pero durante todo el siglo se intensifican las migraciones interiores hacia los grandes núcleos de población (éxodo rural). El inicio del proceso de industrialización y el desarrollo del Estado liberal supuso el paso de una sociedad estamental a una sociedad de clases.

Crecimiento demográfico.

La población española que en 1800 era de casi 11 millones pasó en 1900 a 18,6 millones, crecimiento anual 0,53% inferior a la media europea 0,76% anual. El crecimiento vegetativo fue positivo durante casi todo el siglo con altas tasas de natalidad y mortalidad (en torno al 35 por mil), aunque esta  última, fue descendiendo lentamente  durante la 2º mitad del XIX. Fue  el mayor crecimiento demográfico de la historia de España hasta la fecha, pese a contar con numerosas trabas como: las continuas guerras (Independencia, guerras carlistas, guerras coloniales), insurrecciones sociales, inestabilidad política, crisis económicas y de subsistencias, etc.
La tasa de natalidad española, al terminar el siglo, era del 34 por mil, (debido al mantenimiento de la sociedad rural y a los conceptos morales católicos imperantes en la sociedad española) las más altas de Europa pero era insuficiente ante la alta mortalidad porque, aunque la mortalidad disminuyó a lo largo del siglo, al terminar éste era del 29 por mil, la segunda más alta de Europa.
La esperanza media de vida no llegaba a los 35 años. Las causas que explicarían esta alta mortalidad serían varias. En primer lugar, en España pervivieron las crisis de subsistencia propias de la época del Antiguo Régimen. Estas crisis se debieron por un lado a la meteorología, ésta era muy determinante para que se dieran malas cosechas y por otro el atraso técnico de la agricultura española, que generaba bajos rendimientos. Además, las carencias del transporte impedían llevar productos de las zonas excedentarias a las deficitarias. Esto provocaba que, en época de carestía y malas cosechas, fuera muy difícil acceder en áreas rurales o montañosas.
Otro factor muy importante fue el protagonizado por las periódicas epidemias: de cólera (el cólera tuvo una gran extensión, en España hubo 4 brotes durante el siglo, la epidemia de 1854-55 fue la más mortífera de todas, la última se produjo en 1885, con un total de 800.000 muertos), tifus y fiebre amarilla, así como por la persistencia de enfermedades endémicas como la tuberculosis, viruela, sarampión, escarlatina y difteria. Las epidemias y las enfermedades incidían de forma brutal sobre una población muy debilitada por evidentes carencias alimenticias y por una deficiente atención sanitaria.
La mortalidad, en todo caso, manifestó las claras diferencias sociales del siglo. El acceso a la medicina moderna, así como a viviendas con adelantos modernos y que cumpliesen requisitos de salubridad, solamente fue posible para las clases alta y media.
En conclusión, en España pervivió el régimen demográfico antiguo, con la excepción de Cataluña algunas zonas del País Vasco y Madrid, que iniciaron antes la transición demográfica, precisamente en relación con su proceso de industrialización y modernización económica, estamos pues ante una transición demográfica muy retrasada en las que las tasas de natalidad y mortalidad irían descendiendo muy lentamente.
La estructura demográfica por sectores económicos era arcaica y desequilibrada, con un importante predominio del sector primario (70%) frente al secundario (12%) y al terciario (18%).

Movimientos migratorios.
A comienzos del siglo XIX existía una pequeña emigración que se dirigía hacia el norte de África (Argelia), América o Europa, con una emigración en algunos casos de carácter temporal en búsqueda de un trabajo agrícola más remunerado, o como consecuencia de la situación política, que provocaría importantes emigraciones, sobre todo durante la década ominosa (1823-33). La costa Atlántica (Galicia) y el Levante fueron los focos de mayor salida de emigrantes hacia estas zonas.
A mediados de siglo hasta el final de la centuria, una serie de disposiciones anularon los obstáculos legales que se oponían a la emigración, y así se incrementó la marcha de personas que buscaban mejores condiciones de trabajo y de vida hacia repúblicas de Sudamérica, norte de África y Europa. La corriente migratoria se dirigía sobre todo a Argentina,  Cuba y Brasil, y en menor medida a Argelia y Francia. Las guerras coloniales de 1897 a 1900 frenaron la tendencia que se restableció a comienzos de siglo siguiente.
En cuanto a los movimientos migratorios interiores, desde el siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX, la cuantía de éstos no fue grande; no obstante, la industrialización de Cataluña y el País Vasco así como el desarrollo de Madrid o la zona del Levante intensificaron estos desplazamientos, las zonas migratorias pertenecían a Galicia, las dos Castillas, Aragón y Andalucía oriental.

B. el desarrollo urbano.

En España, el proceso de urbanización fue limitado. El movimiento del campo a la ciudad es un fenómeno muy relacionado con la revolución agrícola y la industrialización. Al no haber en España una clara modernización agrícola y con una industrialización lenta y tardía, el éxodo rural no comenzó hasta fines del siglo XIX, siendo más evidente en el siguiente siglo. En el último tercio del siglo, el proceso de urbanización se aceleró de manera notable, aunque desigual. Crecieron ciudades como Bilbao, Barcelona y Valencia, mientras que otras como Madrid, Zaragoza o Cartagena, lo hicieron de manera más pausada. La estructura de la ciudad se quedaba pequeña, y se hacía necesario un ensanche destinado a dar alojamiento a los nuevos pobladores llegados del campo.
Los ensanches de Barcelona (Cerdá), Madrid (Castro), Bilbao, San Sebastián, Valencia y de otras tantas poblaciones supusieron grandes desafíos urbanísticos, a los cuales hicieron frente los arquitectos de la época. Surgieron así el ensanche de Barcelona, de Ildefonso Cerdá, con planos en cuadrícula; o la Ciudad Lineal, proyectada para Madrid por Arturo Soria, con un eje de comunicación central al que se situaban a los lados las viviendas, las industrias y los servicios.
Concretamente, el crecimiento de la ciudad de Barcelona se convirtió, a finales de siglo, en un modelo urbano europeo industrial porque en primer lugar, se hizo con unos barrios salidos de un ensanche precipitado por la incesante llegada de inmigrantes, con viviendas, talleres, fábricas con vías y estaciones de ferrocarril. Por otra parte, nos encontramos unos barrios promocionados por la burguesía industrial, trazados en manzanas cuadrangulares (plano ortogonal) y con unos edificios en los que los arquitectos se esforzaron en plasmar el arte modernista catalán.


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