8.2.
La revolución
industrial en la España del siglo XIX. El sistema de comunicaciones: el
ferrocarril. Proteccionismo y librecambismo. La aparición de la banca moderna.
Introducción.
Durante el
s. XIX la economía española experimentó numerosos cambios, sin alcanzar el
desarrollo de otros países europeos. Solo en el País Vasco y Cataluña hubo una transformación industrial
importante.
LAS PECULIARIDADES DE LA INCORPORACIÓN DE ESPAÑA A LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.
El proceso
de industrialización no fue tan importante como en otros países europeos,
afectó principalmente a las zonas de Cataluña
y el País Vasco. A finales del XIX, España era aún un país poco desarrollado industrialmente,
continuaba siendo eminentemente agrario.
Este retraso
industrial puede explicarse por la falta
de poder adquisitivo de la población y por un proteccionismo excesivo, otros elementos que explican este
retraso fueron: la falta de
inversiones, las malas comunicaciones terrestres y la falta de redes
comerciales para llevar los bienes al consumidor potencial. Algunos de
estos problemas se resolvieron lo largo del siglo, aunque la expansión
industrial fue mucho más débil
que en la mayoría de países de Europa Occidental.
A pesar de
la poca capacidad de compra del mercado español en Cataluña
se creó una importante industria textil,
sobre todo algodonera, gracias al
avance de la economía catalana y a las medidas proteccionistas de los gobiernos
moderados. También fue un elemento decisivo en el desarrollo de esta industria
el espíritu de iniciativa y de riesgo de la burguesía catalana.
En cuanto a
la industria siderúrgica, en 1831 se instaló
en España el primer alto horno, el de La Constancia, en Málaga. La
familia Heredia impulsó la actividad y Andalucía fue la primera región con
siderurgia moderna. La escasez de mineral y carbón la hizo inviable en
tres décadas. En la década de 1840
se desarrolló la siderurgia en Asturias.
Los primeros
altos hornos en el País Vasco se
instalaron en 1841. Los comerciantes vascos aprovecharon la política
proteccionista y la supresión parcial de los fueros. La explotación del mineral
de hierro permitió a un sector de la burguesía, enriquecerse, exportando el
mineral a Reino Unido, lo que propició la aparición de importantes astilleros para construir barcos que
transportaran el mineral.
A partir de 1860 se levantaron altos hornos para la fabricación
de hierro, que eran propiedad de las empresas creadas por los comerciantes
del mineral. Pronto Vizcaya se
convierte en el principal foco industrial de la siderurgia, sobre todo con la
sustitución del hierro por el acero, dando lugar al gigante industrial de Altos Hornos de Vizcaya. En Guipúzcoa aparecen también numerosas empresas
metalúrgicas de transformados del acero. Así surgió una segunda isla
industrial, en el conjunto español todavía agrario, que transformó la sociedad
y economía de los territorios vascos.
En el resto
del país, la industria siguió siendo
artesanal o con escaso desarrollo tecnológico. Algunos sectores
experimentaron cierto desarrollo, en especial los relacionados con la industria alimenticia o la
construcción, cercanas a las áreas urbanas. Pese a todo su volumen fue
bastante débil.
EL SISTEMA DE COMUNICACIONES: EL FERROCARRIL.
España
disponía hacia 1850 de una red de caminos y de carreteras cuya
extensión no llegaba a una décima parte de la de Francia, con una extensión
territorial similar. A mediados de siglo la situación mejoró. En 1850 se estableció el servicio de correos
y, en 1852 se inauguró el servicio de
telégrafos. Pero el principal reto seguía siendo el transporte de
mercancías. La creación de redes comerciales exigía disponer de facilidades
para trasladar mercancías en grandes cantidades y con cierta rapidez. Hacia
1850, Madrid era la única capital europea que solo disponía de caminos para
carros.
En el Bienio
Progresista (1854-56) se dio un impulso decisivo a la construcción
del ferrocarril con una legislación que permitió la entrada de capital
extranjero para financiarlo. Una nueva Ley de Ferrocarriles de 1877
favoreció la formación de nuevas empresas que duplicaron el tendido existente
hasta llegar a unos 13.000 km a finales de siglo. Se incrementó la
presencia de capital español y las subvenciones del Estado. Y el
ferrocarril comenzó a ejercer cierto arrastre de la industria siderúrgica y
metalúrgica nacional. En 1883 se fabricó la primera locomotora con capital
español y comenzó una intensa fabricación de material ferroviario. Los ferrocarriles mineros y los de vía estrecha,
que completaban la red principal, se realizaron básicamente a finales del
siglo. Se produjo una revolución en el sistema de transportes al permitir el
traslado y comercialización de los productos entre las zonas agrícolas y las
industriales. Pero el diferente ancho de vía con respecto a las europeas
fomentó el aislamiento. El trazado radial
ignoraba la localización periférica de la industria. Además, la limitada
demanda existente hizo del ferrocarril un negocio poco lucrativo. Pese a todo, el ferrocarril configuró un mercado nacional
de cierta importancia, aunque lejos, de los vecinos europeos.
PROTECCIONISMO Y LIBRECAMBISMO.
La economía
española durante este periodo se encontraba ante el gran dilema del proteccionismo o el librecambismo. El
primero propugna la protección de la
producción nacional frente al mercado exterior, mediante el establecimiento de altos impuestos aduaneros
a las mercancías importadas, que en general eran más competitivas. Así, la
producción nacional, de menor calidad y más cara, podría soportar la
competencia exterior. Esta tendencia estuvo siempre auspiciada por los partidos moderados.
Por el contrario, el librecambismo defiende
la libertad de intercambios con
bajos aranceles. El Estado debe garantizar la libre transacción
de capitales y mercancías. Esta política defendida por los progresistas sostenía la
idea de la competitividad de los
productos españoles con los extranjeros, para convertirlos en mejores.
Política arancelaria.
Durante el
siglo XIX España tuvo una economía con un nivel de protección arancelaria más
alto que el entorno europeo desde los inicios del liberalismo en el Trienio
Liberal. Las Cortes progresistas de 1841
redujeron las prohibiciones. En 1849
una nueva ley rebajó aún más los aranceles. La polémica entre los dirigentes liberales fue continua y surgieron
asociaciones defensoras de ambas posturas.
Mientras la
burguesía moderada del textil catalán
y los cultivadores de trigo del interior abogaban por un mercado
reservado a la producción nacional, los progresistas y demócratas eran
partidarios del librecambismo como forma de conseguir inversiones y
tecnología y de poder acceder a capitales y bienes de equipo extranjeros.
Solamente en breves periodos, como durante el Bienio Progresista, y limitado a
sectores muy concretos, como fue el ferrocarril, se adoptaron criterios
librecambistas.
Tras la
Revolución de 1868, el ministro Laureano
Figuerola estableció un nuevo
arancel que pretendía abrir la economía
española (arancel Figuerola de 1869) al exterior como forma de
promover el desarrollo económico. Este arancel establecía una desprotección
selectiva, manteniendo una amplia
protección para los productos agrarios y rebajando la de los productos
industriales.
El arancel de Figuerola no acabó de
implantarse totalmente ante la resistencia de los grupos industriales catalanes
y vascos y de los harineros castellanos. De hecho una ley de 1875 paralizó su
implantación. La crisis agraria de finales de siglo, especialmente grave en
España, tuvo como respuesta el arancel muy proteccionista de Cánovas de 1891,
la economía española entró en una década de muy bajo crecimiento de la renta y
un gran debilitamiento del sector exterior.
LA APARICIÓN DE LA BANCA MODERNA.
A lo largo
del siglo XIX la presencia de inversiones extranjeras, sobre todo francesas,
fue determinante en la creación de un sistema bancario español. Durante el
periodo isabelino, se empieza a configurar una serie de bancos que tiene como
objetivo capitalizar la economía española,
ejemplo de estos bancos fue la creación en 1857 del Banco Santander.
Por otro
lado, conviene destacar dos aspectos importantes que impulsaron el desarrollo
del tejido bancario español del XIX: la creación de una nueva moneda nacional, la peseta en 1868, y
la fundación del Banco Hipotecario,
en 1872.
Con la
Restauración comenzó un nuevo sistema
bancario, de tipo mixto (capital privado y estatal) , en el que los bancos
se especializaron poco y atendían con sus préstamos tanto a la financiación de
inversiones como la de consumo. Con el cambio de siglo aparecieron varios de
los grandes bancos de la historia de económica de España: Hispano-Americano en 1900; Vizcaya en 1901, Español de Crédito en 1902,
etc.
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