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lunes, 26 de febrero de 2018

BLOQUE 8. PERVIVENCIAS Y TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS EN EL SIGLO XIX: UN DESARROLLO INSUFICIENTE

BLOQUE 8. Pervivencias y transformaciones económicas en el siglo XIX: un desarrollo insuficiente

8.1.            Evolución demográfica y movimientos migratorios en el siglo XIX. El desarrollo urbano.

A. Evolución demográfica y movimientos migratorios en el siglo XIX.

Durante todo el siglo XIX, la población española creció de manera constante, gracias a la reducción de las tasas de mortalidad, fenómeno ligado a las mejoras en la alimentación, a los adelantos económicos y a los avances médico-sanitarios que controlaron las epidemias.
La población española siguió siendo eminentemente rural, pero durante todo el siglo se intensifican las migraciones interiores hacia los grandes núcleos de población (éxodo rural). El inicio del proceso de industrialización y el desarrollo del Estado liberal supuso el paso de una sociedad estamental a una sociedad de clases.

Crecimiento demográfico.

La población española que en 1800 era de casi 11 millones pasó en 1900 a 18,6 millones, crecimiento anual 0,53% inferior a la media europea 0,76% anual. El crecimiento vegetativo fue positivo durante casi todo el siglo con altas tasas de natalidad y mortalidad (en torno al 35 por mil), aunque esta  última, fue descendiendo lentamente  durante la 2º mitad del XIX. Fue  el mayor crecimiento demográfico de la historia de España hasta la fecha, pese a contar con numerosas trabas como: las continuas guerras (Independencia, guerras carlistas, guerras coloniales), insurrecciones sociales, inestabilidad política, crisis económicas y de subsistencias, etc.
La tasa de natalidad española, al terminar el siglo, era del 34 por mil, (debido al mantenimiento de la sociedad rural y a los conceptos morales católicos imperantes en la sociedad española) las más altas de Europa pero era insuficiente ante la alta mortalidad porque, aunque la mortalidad disminuyó a lo largo del siglo, al terminar éste era del 29 por mil, la segunda más alta de Europa.
La esperanza media de vida no llegaba a los 35 años. Las causas que explicarían esta alta mortalidad serían varias. En primer lugar, en España pervivieron las crisis de subsistencia propias de la época del Antiguo Régimen. Estas crisis se debieron por un lado a la meteorología, ésta era muy determinante para que se dieran malas cosechas y por otro el atraso técnico de la agricultura española, que generaba bajos rendimientos. Además, las carencias del transporte impedían llevar productos de las zonas excedentarias a las deficitarias. Esto provocaba que, en época de carestía y malas cosechas, fuera muy difícil acceder en áreas rurales o montañosas.
Otro factor muy importante fue el protagonizado por las periódicas epidemias: de cólera (el cólera tuvo una gran extensión, en España hubo 4 brotes durante el siglo, la epidemia de 1854-55 fue la más mortífera de todas, la última se produjo en 1885, con un total de 800.000 muertos), tifus y fiebre amarilla, así como por la persistencia de enfermedades endémicas como la tuberculosis, viruela, sarampión, escarlatina y difteria. Las epidemias y las enfermedades incidían de forma brutal sobre una población muy debilitada por evidentes carencias alimenticias y por una deficiente atención sanitaria.
La mortalidad, en todo caso, manifestó las claras diferencias sociales del siglo. El acceso a la medicina moderna, así como a viviendas con adelantos modernos y que cumpliesen requisitos de salubridad, solamente fue posible para las clases alta y media.
En conclusión, en España pervivió el régimen demográfico antiguo, con la excepción de Cataluña algunas zonas del País Vasco y Madrid, que iniciaron antes la transición demográfica, precisamente en relación con su proceso de industrialización y modernización económica, estamos pues ante una transición demográfica muy retrasada en las que las tasas de natalidad y mortalidad irían descendiendo muy lentamente.
La estructura demográfica por sectores económicos era arcaica y desequilibrada, con un importante predominio del sector primario (70%) frente al secundario (12%) y al terciario (18%).

Movimientos migratorios.
A comienzos del siglo XIX existía una pequeña emigración que se dirigía hacia el norte de África (Argelia), América o Europa, con una emigración en algunos casos de carácter temporal en búsqueda de un trabajo agrícola más remunerado, o como consecuencia de la situación política, que provocaría importantes emigraciones, sobre todo durante la década ominosa (1823-33). La costa Atlántica (Galicia) y el Levante fueron los focos de mayor salida de emigrantes hacia estas zonas.
A mediados de siglo, una serie de disposiciones anularon los obstáculos legales que se oponían a la emigración, y así se incrementó la marcha de personas que buscaban mejores condiciones de trabajo y de vida hacia repúblicas de Sudamérica, norte de África y Europa. La corriente migratoria se dirigía sobre todo a Argentina,  Cuba y Brasil, y en menor medida a Argelia y Francia. Las guerras coloniales de 1897 a 1900 frenaron la tendencia que se restableció a comienzos de siglo siguiente.
En cuanto a los movimientos migratorios interiores, desde el siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX, la cuantía de éstos no fue grande; no obstante, la industrialización de Cataluña y el País Vasco así como el desarrollo de Madrid o la zona del Levante intensificaron estos desplazamientos, las zonas migratorias pertenecían a Galicia, las dos Castillas, Aragón y Andalucía oriental.

B. el desarrollo urbano.

En España, el proceso de urbanización fue limitado. El movimiento del campo a la ciudad es un fenómeno muy relacionado con la revolución agrícola y la industrialización. Al no haber en España una clara modernización agrícola y con una industrialización lenta y tardía, el éxodo rural no comenzó hasta fines del siglo XIX, siendo más evidente en el siguiente siglo. En el último tercio del siglo, el proceso de urbanización se aceleró de manera notable, aunque desigual. Crecieron ciudades como Bilbao, Barcelona y Valencia, mientras que otras como Madrid, Zaragoza o Cartagena, lo hicieron de manera más pausada. La estructura de la ciudad se quedaba pequeña, y se hacía necesario un ensanche destinado a dar alojamiento a los nuevos pobladores llegados del campo.
Los ensanches de Barcelona, Madrid, Bilbao, San Sebastián, Valencia y de otras tantas poblaciones supusieron grandes desafíos urbanísticos, a los cuales hicieron frente los arquitectos de la época. Surgieron así el ensanche de Barcelona, de Ildefonso Cerdá, con planos en cuadrícula; o la Ciudad Lineal, proyectada para Madrid por Arturo Soria, con un eje de comunicación central al que se situaban a los lados las viviendas, las industrias y los servicios.
Concretamente, el crecimiento de la ciudad de Barcelona se convirtió, a finales de siglo, en un modelo urbano europeo industrial porque en primer lugar, se hizo con unos barrios salidos de un ensanche precipitado por la incesante llegada de inmigrantes, con viviendas, talleres, fábricas con vías y estaciones de ferrocarril. Por otra parte, nos encontramos unos barrios promocionados por la burguesía industrial, trazados en manzanas cuadrangulares (plano ortogonal) y con unos edificios en los que los arquitectos se esforzaron en plasmar el arte modernista catalán.


8.2.            La revolución industrial en la España del siglo XIX. El sistema de comunicaciones: el ferrocarril. Proteccionismo y librecambismo. La aparición de la banca moderna.

Introducción.

Durante el s. XIX la economía española experimentó numerosos cambios, sin alcanzar el desarrollo de otros países europeos. Solo en el País Vasco y Cataluña hubo una transformación industrial importante.

LAS PECULIARIDADES DE LA INCORPORACIÓN DE ESPAÑA A LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.

El proceso de industrialización no fue tan importante como en otros países europeos, afectó principalmente a las zonas de Cataluña y el País Vasco. A finales del XIX, España era aún un país poco desarrollado industrialmente, continuaba siendo eminentemente agrario.
Este retraso industrial puede explicarse por la falta de poder adquisitivo de la población y por un proteccionismo excesivo, otros elementos que explican este retraso fueron: la falta de inversiones, las malas comunicaciones terrestres y la falta de redes comerciales para llevar los bienes al consumidor potencial. Algunos de estos problemas se resolvieron lo largo del siglo, aunque la expansión industrial fue mucho más débil que en la mayoría de países de Europa Occidental.
A pesar de la poca capacidad de compra del mercado español en Cataluña se creó una importante industria textil, sobre todo algodonera, gracias al avance de la economía catalana y a las medidas proteccionistas de los gobiernos moderados. También fue un elemento decisivo en el desarrollo de esta industria el espíritu de iniciativa y de riesgo de la burguesía catalana.
En cuanto a la industria siderúrgica, en 1831 se instaló en España el primer alto horno, el de La Constancia, en Málaga. La familia Heredia impulsó la actividad y Andalucía fue la primera región con siderurgia moderna.  La escasez de mineral y carbón la hizo inviable en tres décadas. En la década de 1840 se desarrolló la siderurgia en Asturias.
Los primeros altos hornos en el País Vasco se instalaron en 1841. Los comerciantes vascos aprovecharon la política proteccionista y la supresión parcial de los fueros. La explotación del mineral de hierro permitió a un sector de la burguesía, enriquecerse, exportando el mineral a Reino Unido, lo que propició la aparición de importantes astilleros para construir barcos que transportaran el mineral.
 A partir de 1860 se levantaron altos hornos para la fabricación de hierro, que eran propiedad  de las empresas creadas por los comerciantes del mineral. Pronto Vizcaya se convierte en el principal foco industrial de la siderurgia, sobre todo con la sustitución del hierro por el acero, dando lugar al gigante industrial de Altos Hornos de Vizcaya. En Guipúzcoa aparecen también numerosas empresas metalúrgicas de transformados del acero. Así surgió una segunda isla industrial, en el conjunto español todavía agrario, que transformó la sociedad y economía de los territorios vascos.
En el resto del país, la industria siguió siendo artesanal o con escaso desarrollo tecnológico. Algunos sectores experimentaron cierto desarrollo, en especial los relacionados con la industria alimenticia o la construcción, cercanas a las áreas urbanas. Pese a todo su volumen fue bastante débil.
 
EL SISTEMA DE COMUNICACIONES: EL FERROCARRIL.

España disponía hacia 1850 de una red de caminos y de carreteras cuya extensión no llegaba a una décima parte de la de Francia, con una extensión territorial similar. A mediados de siglo la situación mejoró. En 1850 se estableció el servicio de correos y, en 1852 se inauguró el servicio de telégrafos. Pero el principal reto seguía siendo el transporte de mercancías. La creación de redes comerciales exigía disponer de facilidades para trasladar mercancías en grandes cantidades y con cierta rapidez. Hacia 1850, Madrid era la única capital europea que solo disponía de caminos para carros.

En el Bienio Progresista (1854-56) se dio un impulso decisivo a la construcción del ferrocarril con una legislación que permitió la entrada de capital extranjero para financiarlo. Una nueva Ley de Ferrocarriles de 1877 favoreció la formación de nuevas empresas que duplicaron el tendido existente hasta llegar a unos 13.000 km a finales de siglo. Se incrementó la presencia de capital español y las subvenciones del Estado. Y el ferrocarril comenzó a ejercer cierto arrastre de la industria siderúrgica y metalúrgica nacional. En 1883 se fabricó la primera locomotora con capital español y comenzó una intensa fabricación de material ferroviario. Los ferrocarriles mineros y los de vía estrecha, que completaban la red principal, se realizaron básicamente a finales del siglo. Se produjo una revolución en el sistema de transportes al permitir el traslado y comercialización de los productos entre las zonas agrícolas y las industriales. Pero el diferente ancho de vía con respecto a las europeas fomentó el aislamiento. El trazado radial ignoraba la localización periférica de la industria. Además, la limitada demanda existente hizo del ferrocarril un negocio poco lucrativo. Pese a todo, el ferrocarril configuró un mercado nacional de cierta importancia, aunque lejos, de los vecinos europeos.

PROTECCIONISMO Y LIBRECAMBISMO.

La economía española durante este periodo se encontraba ante el gran dilema del proteccionismo o el librecambismo. El primero propugna la protección de la producción nacional frente al mercado exterior, mediante el establecimiento de altos impuestos aduaneros a las mercancías importadas, que en general eran más competitivas. Así, la producción nacional, de menor calidad y más cara, podría soportar la competencia exterior. Esta tendencia estuvo siempre auspiciada por los partidos moderados.
 Por el contrario, el librecambismo defiende la libertad de intercambios con bajos aranceles. El Estado debe garantizar la libre transacción de capitales y mercancías. Esta política defendida por los progresistas sostenía la idea de la competitividad de los productos españoles con los extranjeros, para convertirlos en mejores.

Política arancelaria.

Durante el siglo XIX España tuvo una economía con un nivel de protección arancelaria más alto que el entorno europeo desde los inicios del liberalismo en el Trienio Liberal. Las Cortes progresistas de 1841 redujeron las prohibiciones. En 1849 una nueva ley rebajó aún más los aranceles. La polémica entre los dirigentes liberales fue continua y surgieron asociaciones defensoras de ambas posturas.
Mientras la burguesía moderada del textil catalán y los cultivadores de trigo del interior abogaban por un mercado reservado a la producción nacional, los progresistas y demócratas eran partidarios del librecambismo como forma de conseguir inversiones y tecnología y de poder acceder a capitales y bienes de equipo extranjeros. Solamente en breves periodos, como durante el Bienio Progresista, y limitado a sectores muy concretos, como fue el ferrocarril, se adoptaron criterios librecambistas.
Tras la Revolución de 1868, el ministro Laureano Figuerola estableció un nuevo arancel que pretendía abrir la economía española (arancel Figuerola de 1869) al exterior como forma de promover el desarrollo económico. Este arancel establecía una desprotección selectiva, manteniendo una amplia protección para los productos agrarios y rebajando la de los productos industriales.
El arancel de Figuerola no acabó de implantarse totalmente ante la resistencia de los grupos industriales catalanes y vascos y de los harineros castellanos. De hecho una ley de 1875 paralizó su implantación. La crisis agraria de finales de siglo, especialmente grave en España, tuvo como respuesta el arancel muy proteccionista de Cánovas de 1891, la economía española entró en una década de muy bajo crecimiento de la renta y un gran debilitamiento del sector exterior.

 LA APARICIÓN DE LA BANCA MODERNA.




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